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-Sueño de mierda –susurró, sobresaltada, abriendo los
ojos.
Aturdida como estaba, se estiró hacia el velador,
donde comprobó que era demasiado temprano para ella: Un cuarto para las nueve.
Molesta consigo misma y con su subconsciente, se volteó en la cama, intentando
apartar los restos del sueño de su mente, pese a saber que lo repetiría
mentalmente una y otra vez.
¿Por qué no podía besarlo en la realidad? ¿Por qué era
tan simple en los sueños?
¿Por qué no dejo de pensar en lo bien que se veía en bóxers? se preguntó a sí misma, poniéndose bocabajo en la
cama, sonrosándose levemente. Nunca se había puesto a mirar a Billie de esa
forma, no desde que lo conocía al menos.
Sacudió la cabeza, molesta consigo mismo. Sabía que no
podía ser… No, que no debía ser, pero
eso no era ningún impedimento para su mente.
Con tal que controles tus pensamientos cuando lo veas… se recordó a sí misma.
Tras varios minutos intentando pensar en algo que le
permitiese dormir, llegó a la conclusión de que le sería imposible. Debido a
ello, se salió de la cama, se estiró y se dirigió al baño. Hizo una mueca al
percatarse de que la puerta estaba cerrada, indicando que su padre estaba ahí.
Sin más, se dirigió a la cocina, donde puso el agua a hervir para hacerse un
café. Sonrió al notar que ya había loza sucia;
no tendría que desayunar con su padre. Aún alegre por éste hecho, se sirvió un
cuenco con cereales, aún a la espera de que el agua hirviera.
-¿Tan temprano
por aquí? –la saludó Rafael, en español, sobresaltándola.
-Hola, papá –musitó
ella, aún con la voz áspera, demostrando que no había despertado hace mucho-. Me desperté y no pude seguir durmiendo.
¿Tienes que ir a trabajar?
Su padre asintió, a la vez que sacaba su abrigo del
colgador que había en el recibidor para ponérselo.
-Bueno, mejor
así, podrás probar si la internet funciona o no –dijo él, abrochándose el
abrigo- Ayer vinieron a instalar el módem
y todo, olvidé decírtelo.
Amelia sonrió, intentando ignorar la sensación de que
su padre simplemente había decidido no decírselo y que se lo decía ese día para
que no saliera.
-Gracias
–murmuró, aún con la falsa sonrisa en su rostro.
Sin más, tomó el cuenco de cereales y volvió a su
habitación, donde dejó encendiendo el equipo. Mientras se cargaba el sistema,
fue al baño, donde hizo sus necesidades y se lavó el rostro, en un intento de
despertar. No funcionó por completo, pero algo era algo. Estirándose, volvió a
su habitación, escribió la contraseña de su sesión en el computador y se fue la
cocina, donde finalmente se sirvió su café. Recién ahí se acomodó en la silla
que había frente al escritorio.
-Esto no puede ser más lento –musitó para sí, molesta.
Al no tener nada en qué concentrarse (nada que ocupara
toda su atención al menos), su mente comenzó a divagar en su sueño… Y, tras
aburrirse de ello, en Billie en sí.
¿Qué estará haciendo ahora? se
preguntó, apoyando sus codos en el escritorio, permitiendo que pudiera apoyar
su cabeza en sus manos y descansar los ojos.
Pese a no haber tenido la intención de ello, Amelia
comenzó a concentrarse en el guitarrista, de modo que, al cabo de un par de minutos,
visualizaba su rostro a la perfección…
Abrió los ojos, con la intención de revisar si todo
había acabado de cargarse en el computador…
En lugar de encontrarse frente a la pantalla, se
encontraba mirando una pared que desconoció. Se sorprendió al ver el tatuado
brazo de Billie Joe estirándose a tomar el jabón desde el lugar donde debería
estar su brazo. Entrando a asustarse,
intentó bajar la mirada, pero su cuerpo no reaccionó. Al parecer, estaba viendo
todo lo que veía el guitarrista…
A quien se le cayó el jabón y se agachó a recogerlo,
sin molestarse en cerrar sus ojos al pasar frente a…
-¡Mierda! –exclamó la adolescente, volviendo a su
habitación de golpe, azorada y roja como un tomate, intentando quitarse la
imagen de la cabeza- Eso era más de lo que quería ver… Piensa en otra cosa…
Recién ahí fijó la mirada en la pantalla del
computador. Se relajó su tanto al darse cuenta que todo ya estaba cargado, lo
que le permitiría distraerse con el internet.
-Necesito música –susurró para sí, abriendo el reproductor
del equipo para poner todas las canciones que tenía. Activó el aleatorio y puso
play-. Oh, ¡genial! –ironizó, al
darse cuenta de que la canción era Dry Ice, canción que sólo le ayudó a
acordarse de su sueño.
En un nuevo intento de distraerse, comenzó a revisar
su correo. Estuvo entretenida en eso por un buen rato, ya que, tanto Sara como
Alejandro (sus dos mejores amigos), se habían encargado de enviarle varios
correos con noticias. Sonrió al saber que su amigo tenía una nueva novia; a los
dos les había costado bastante superar la relación que habían tenido, en
especial a él. Sin embargo, la sonrisa se borró al ver un correo de un par de
días después que decía que habían terminado.
-Al menos lo está intentando –susurró para sí.
A eso de mediodía, tras terminar de revisar todos los
correos, decidió que lo mejor era levantarse. Llevó los restos de su desayuno
al lavaplatos en la cocina y luego se dirigió al baño, a tomar una ducha. No
pudo evitar recordar a Billie al casi caérsele el jabón.
-Piensa en otra cosa –se susurró, por enésima vez en
lo que iba del día.
Desesperadamente, empezó a recordar las letras de
varias canciones, evitando, a toda costa, que fueran de Green Day. Así pasó el
rato, lo suficientemente rápido como para no darse cuenta de cuando eran las
tres de la tarde. Sorprendida, fue a la cocina y se sirvió la nada que quedaba
de arroz desde el día anterior. Lo comió ahí mismo y luego se devolvió a su
pieza, donde volvió a revisar su correo. Se extrañó al encontrar uno de
Alejandro de hacía un par de minutos, tras lo que recordó que en Chile eran las
ocho de la noche y que era más que normal que su amigo estuviera en el
computador a esa hora. Sin más, abrió el mensaje.
¡Hola, Amelia! Por los miles de mensajes que tengo ahora en el correo, supongo
que te pusieron internet al fin. Bien por ti. Como sea, ando un tanto apurado
(mi padre tiene que hacer un informe de algo, ni idea), así que iré directo al
grano: Mis tíos me invitaron a mí y a mi madre a un viaje por varias partes de
Norteamérica, salimos pasado mañana y (atención aquí) desde el doce al
diecinueve de febrero estaremos en Oakland. Cuando sepa más detalles del vuelo,
te aviso, para que hagamos algo, no sé. Cuídate, y responde luego, gracias.
Adiós. Alejandro.
La adolescente sintió cómo la alegría comenzaba a
embargarla al instante. Después de tanto tiempo aislada (sin contar a Billie y
los demás), finalmente estaría con un amigo, con alguien en quien podía
confiar. Aún emocionada por este hecho, comenzó a escribir la respuesta a su amigo.
¡Al! Al fin alguien con quien hablar en español. En fin, tengo que
contarte MUCHAS cosas, así que pobre de ti que tu vuelo se atrase un día. Y te
escribiría más, pero se me acabaron las ideas para correos hace una hora,
quizás más. Como sea, cuídate, saludos a tu familia. Amy.
No se dio cuenta de que había firmado con su nuevo
apodo hasta después de haber apretado el botón enviar. Maldijo por lo bajo,
pero no le dio mucha importancia. Con algo de suerte, su amigo lo pasaría por
alto. De hecho, eso era bastante probable, en especial si tenía en cuenta lo
distraído que era.
-Todo va a estar bien –se susurró a sí misma-. No hará
falta explicarle nada…
Se mordió el labio inferior levemente, preocupada:
Sabía que tendría que hablar de Billie en algún momento, y no sabía cuánto
podría decir.
-Se lo tendré que preguntar… -murmuró, intentando no
pensar en lo encantada que estaba ante la perspectiva de tener que hablar con
el guitarrista antes de partir a Washington.
Suspiró,
un tanto molesta. Después de toda una mañana intentando no pensar en el
guitarrista, terminaba haciéndolo de todos modos.
-¿Cómo
será la versión original de lo que cantó ayer? –se preguntó, abriendo el
programa que utilizaba para descargar música.
Mientras
se descargaba, comenzó a ordenar un poco su cuarto, o, en otras palabras, a
meter desordenadamente en el clóset todo lo que no debía estar fuera de él.
Apenas terminó, tomó toda la ropa sucia que tenía y la metió a la lavadora.
Luego buscó el detergente y lo depositó en el compartimiento de la máquina
destinado para éste y la echó a andar, para luego volver a su cuarto, donde
sacó la guitarra y la conectó al amplificador.
Estuvo
un buen rato tocando varias canciones al azar, y habría seguido en eso, de no
ser por el sonido del teléfono, el cual la obligó a volver a la realidad.
-¿Aló?
–contestó, tras correr hacia el inalámbrico que había dejado sobre el
escritorio.
-Hola, hija –saludó su padre, en
español-. Con tu madre llegaremos como a
las siete, así que ten lista la cena, ¿sí?
-De acuerdo. Adiós –respondió, tras lo
que cortó-. Bien, qué hora es…
Se
sorprendió al darse cuenta que ya eran las seis: Había pasado con la guitarra
más tiempo del que creía. Aún extrañada por este hecho, se dirigió al
computador, para revisar si la canción se había descargado o no. Sonrió al
percatarse de que sí. Sin detenerse a pensar en lo que hacía, abrió el
reproductor y arrastró la canción hasta él, para luego apretar el play y dejar la canción andando mientras
desconectaba y guardaba la guitarra.
Se
sorprendió al percatarse de que quien cantaba la canción (sabía los nombres de
los Beatles, pero no era capaz de distinguir sus voces) lo hacía casi con tanta emoción como la que
Billie había empleado el día anterior con ella. Se sonrojó al instante, para
luego cubrirse el rostro con sus manos y sostener esa posición durante los dos
minutos y algo que duraba la canción.
Y
su dilema volvió al instante que la música terminó: ¿Qué era, exactamente, lo
que sentía por el guitarrista?
Bueno, me gusta y
bastante, y eso va más allá de la conexión se permitió admitir. ¿Pero tanto como para tener algo con él?
Se
regañó a sí misma por ser tan idiota como para creer que no. Sabía que daría lo
que fuera por poder estar con él, siempre que lo hiciera feliz… Y, como lo
único que quería era la felicidad del guitarrista, no podía arriesgarse a tener
una relación seria con él. Bastaba con que una persona los viera para que él
terminase en la cárcel.
Suspirando,
apagó el computador y se dirigió a la cocina, donde preparó tallarines y unas
salsas, tras lo que puso la mesa para los tres integrantes de la familia.
-Al
menos con mamá aquí podré salir sin tener que inventar mierdas –murmuró para
sí, pasando los tallarines a otro recipiente, el cual llevó a la mesa, junto
con las salsas.
Pensando
en que tendría que ir a ver a Billie al día siguiente (para contarle de la
visita de su amigo y despedirse), se dirigió al baño, donde hizo sus
necesidades y se acomodó un poco el cabello, aburrida.
Fue
ahí que escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse. Con una sonrisa,
salió del baño y se dirigió al recibidor, cuya puerta su madre atravesaba en
ese instante.
-¡Amelia!
–exclamó la mujer.
-¡Mamá! –respondió ella, en español, a
sabiendas de que su madre se estresaba fácilmente cuando le hablaban en inglés.
Al
mismo tiempo que se daban el abrazo de saludo, Rafael entraba con las maletas
de su esposa, las cuales dejó inmediatamente en la habitación.
-¿Cómo estás? ¿Has hecho más amigos? –le
preguntaba Gabriela rápidamente, sacándose el abrigo y dejándolo en el colgador
que había a su izquierda.
-Estoy bien y no, sólo me he juntado con
Billie y los chicos… –respondió, sin pensar.
-¿En serio? ¿Y por qué tu padre nombró una
junta de vegetarianos? –inquirió la mujer, suspicazmente, causando que la
adolescente palideciera rápidamente-. Calma,
no le diré nada, pero no deberías desobedecerle, mal que mal es tu padre.
-Sí sé –murmuró la chica, un tanto
molesta por este hecho-. Gracias.
Su
madre sonrió y se dirigió al baño, a la vez que Ralph se sentaba a la mesa.
Exagerando un tanto la alegría, Amelia comenzó a servir la cena.
La
comida transcurrió en medio de varias conversaciones sin importancia, tras lo
que Rafael anunció que se irían a Washington al mediodía del día siguiente. La
adolescente tuvo que contenerse de maldecir.
-¿Puedo dar unas vueltas antes de eso?
–preguntó, esperanzada.
Su
padre rió, irónicamente.
-Como si pudieras despertar a esas horas por
voluntad propia –murmuró-. Si
despiertas, sí, puedes salir.
-Gracias.
Silencio.
-Tu papá dijo que pusieron la internet, ¿es
así? –preguntó Gabriela, ante lo que Amelia asintió- ¿Has hablado con Sara y Alejandro?
Ella
volvió a asentir, terminando de tragar.
-Les contesté unos mails… Alejandro va a
pasar una semana en Oakland, desde el doce –añadió.
-Excelente, podrás hablar con alguien en un
idioma decente –celebró la mujer, causando una sonrisa en la adolescente,
quien, al haber terminado su plato, se paró-. Sí, te puedes retirar.
Amelia
sonrió más ampliamente y se dirigió en su cuarto, donde lo primero que hizo fue
colocar el despertador en el celular a las siete, tras lo cual se tiró sobre la
colcha de la cama, mirando al poster de Green Day que tenía en una de las
paredes.
-Mañana
hablaremos y sabré qué mierda estoy sintiendo por ti –susurró, dirigiéndose a
Billie Joe-. Espero…
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