Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

sábado, agosto 06, 2011

Wake me up when September ends - Capítulo 19: Scumbag with a MISSION.

Para evitar que nos pase de nuevo lo que pasó con el capítulo anterior (es decir, que fotolog ordenó los posts cómo se le antojó), subiré el capítulo entero acá, y sólo un pedazo en WaitingxMinority, ok?
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Inhalé… La luz de la luna caía sobre nuestros torsos desnudos, apenas cubiertos por las mantas. No podía verle la cara a Sarah, puesto que la abrazaba por la espalda, lo cual me estaba molestando, y bastante, ya que quería ver su expresión al dormir.
Exhalé… Me apegué más a ella, acercando mi rostro a su cuerpo al hacerlo, causando que se removiera entre sueños al sentir el suave golpe de aire cálido que provenía de mí. Sonreí al sentir la calidez de su hombro en mis labios.
Volví a inhalar. Sentí el tacto de su mano en la mía, acariciándomela. Aún sonriendo, le di un suave beso en el cuello. Supe que sonreía, pese a no poder verla, y esto me agradó.
-¿Hace cuánto despertaste? –susurró, al tiempo que yo le daba otro beso, ahora en el límite exacto entre el cuello y su rostro.
-¿Quién te dice que dormí? –susurré yo en su oído.
Se volteó, quedando frente a frente a mí. No me resistí a darle un suave beso a sus labios, apenas los tuve a mi alcance. Ella me lo devolvió, manteniendo en su rostro la sonrisa que yo había previsto.
-Te vi durmiendo hace un rato. Eras la paz en persona.
-Me gustaría poder decir lo mismo de ti, pero no podía ver tu cara –murmuré, corriéndole unos mechones de su rostro, para luego acariciarlo, suavemente.
-Creo que con todo lo que me espiabas durante nuestra adolescencia saturaste tu cuota –comentó.
Nos sonreímos. Sarah se me acercó y me dio otro beso. Todo era tan perfecto. Por primera vez desde 1990, supe lo que era ser libre y completamente feliz. Nada, absolutamente nada, turbaba mi mente. Todo lo que necesitaba para ser feliz estaba ahí, en mis brazos. Mientras la abrazaba más estrechamente, pensé que todo era tan maravilloso como un sueño. Quizás sí estaba soñando. Tanta perfección se sentía irreal…
Y, en parte, así era. La brutalidad de la realidad no tardó en llegar, y no llegó con un lío mental que podía ignorar hasta nuevo aviso, sino que con el sonido más horrible del mundo, al menos en ese momento.

-¿Es tu teléfono? –me preguntaba Sarah, tras lo que se sintieron años, y que pudieron ser minutos u horas, en un tono adormilado de voz, al tiempo que yo le acariciaba el cabello.
Me tensé al instante.
-Sí…
Cerré los ojos, fuertemente, como si así pudiese hacer desaparecer mi celular, como si pudiese ahuyentar ese sonido, que sentía como un oscuro fantasma que se había deslizado por la ventana de la habitación a acabar con mi felicidad, destruyendo la perfección de ese momento de ensueño.
Pero no funcionó. El teléfono siguió sonando, y los azules ojos de Sarah me miraban expectantes. Con un esfuerzo gigante, la solté y me salí de la cama. Me puse los bóxers que estaban al lado de la cama, y luego continué buscando mis jeans, en cuyo bolsillo encontré a mi odiado teléfono.
Creo que fue la primera vez que sentí un rechazo total y exteriorizado hacia Addie, quien, obviamente, era quien me llamaba, probablemente para preguntarme dónde mierda estaba a las dos de la mañana. Sentí unas repentinas ganas de llorar, debido a la frustración extrema que sentía.
-Mejor contesta eso.
El susurro de Sarah sonó muy fuerte en mi mente, y se notaba que estaba dolida. Y la entendía. Yo habría estado igual en su lugar, en especial si quien la llamara fuese su
 esposo. Conocía a mi Sarah lo suficiente como para saber que nunca aceptaría ser la segunda opción. Suspirando, asentí y contesté al fin.
-¿Aló?
-¿DÓNDE MIERDA ESTÁS?
La voz de Adrienne sonaba enojada, y lastimó mis oídos, acostumbrados a la paz total que había tenido en esa habitación con Sarah hasta hacía unos instantes. Para peor, mi cerebro parecía andar más lento de lo usual, probablemente por haber fumado marihuana hacía menos de seis horas. Me costó más de lo normal recordar la mentira que había creado.
-En casa de Tré, te dije que…
-No me mientas, Billie Joe. Sé que no estás allá. Tré llamó en la tarde, para invitarte a su casa –me interrumpió Addie, con una frialdad en su voz que jamás había escuchado hasta entonces-. Dime. Dónde. Estás.
Levanté la mirada y me encontré con que Sarah estaba sentada, dándome la espalda, buscando ropa a su lado de la cama. La felicidad de hace unos instantes se había extinguido por completo, tal como pasa con un fósforo al ser arrojado a un frasco de agua.
-Ya me devuelvo –murmuré, luchando contra el nudo que acababa de aparecer en mi garganta.
-¿Desde dónde?
-Estaré allá en poco más de una hora –calculé, ignorándola.
-Billie Joe, ¡dime dónde estás y con quién!
Nuevamente ignorando sus demandas, corté la llamada, arrojando el teléfono lejos, sin importarme el que se abriera, ni que salieran piezas volando. No era una noche fresca, pero sentí un repentino escalofrío recorriendo mi espalda, junto a un frío que parecía venir desde mi interior, que me cegaba la vista y me impedía respirar bien. Me dejé caer sentado en el borde de la cama, dándole la espalda a Sarah, para apoyar mi rostro en mis manos, permitiéndole al silencio crecer entre nosotros.
-A este paso no estarás allá ni en dos horas –murmuró ella, no sé cuánto rato después, cuando el frío se había extinguido y era remplazado por simple tristeza.
-Lo sé –murmuré yo, sin voltearme.
La escuché suspirar.
-Soy una idiota. ¿Por qué creí que sería diferente esta vez?
Me volteé, extrañado, para encontrarme con que ella no me daba la espalda, si no que me miraba, con una expresión triste en su rostro.
-¿Diferente cómo?
Se encogió de hombros.
-No lo sé. Diferente como en el caso en que yo no tuviera que irme, como si yo no estuviera por casarme con alguien que no fueras tú, como si esta vez tú no estuvieras casado con alguien que no fuera yo, como si tú estuvieses enamorado de mí, y de verdad, como me lo dijiste antes, como me lo has estado diciendo desde que éramos adolescentes.
La tristeza también se apoderó de mi rostro y, sin pensar, en un tono de voz un tanto suplicante (bastante, si quería ser honesto conmigo mismo), dije:
-Todo eso podría ser verdad.
-Podría. Pero no lo es.
Sonaba como si decirme esto la apenara. La triste sonrisa que curvó sus labios en ese momento me lo confirmó. Me volteé completamente, arrodillándome en la cama, quedando levemente más cerca de ella.
-¿Tan segura estás?
Me imitó, quedando muy cerca de mí. Me tomó la mano, y me la acarició con la suya, que sentí muy cálida, mas esto no logró distraerme de su susurro, apenas entendible debido al temblor de su voz:
-Si no tuviera razón, no le habrías mentido a tu esposa. Si no tuviera razón, no le habrías dicho que estarías allá en una hora.
Sonreí, como pidiéndole disculpas.
-Entré en pánico –me excusé.
También sonrió, de un modo un tanto forzado.
-Y eso significa que tuviste una reacción sincera, que irte de aquí es lo que realmente quieres.
Negué, aún sonriendo.
-No es lo que quiero, es lo que debo –admití.
-Es tu deber porque así lo quieres –dijo ella, en un tono que me indicaba que era una corrección, intentando ocultar el aún existente temblor de su voz-. Mejor te vas a casa.
La miré, y, pese a lo terrible que me sentía por tener que volver a la asquerosa realidad en que vivía, dije:
-No puedo creer que seas tan fuerte como para poder mirarme a los ojos y decirme eso.
Soltó una pequeña risa, un tanto nerviosa.
-Yo tampoco. Jamás se me ocurrió que sería yo quien te empujara de vuelta a tu esposa.
Nos miramos. No pude resistirme a inclinarme hacia ella, quien se alejó de mí.
-Adiós, Billie Joe.
Soltó mi mano, y supe que debía irme, así que me paré, busqué el resto de mis ropas, me las puse rápidamente, recogí mi teléfono y los trozos que encontré, y me dirigí a la puerta de la habitación, en cuyo umbral me detuve. No me sentía capaz de continuar, de salir, de irme de ahí, porque, de algún modo, sabía que si me iba, nunca podría volver. No a esto, al menos.
-Sigue caminando –susurró Sarah, a mis espaldas.
Me atreví a voltearme. Me encontré con que ella estaba de pié, mirando la pared contraria, de brazos cruzados.
-No puedo –musité.
Sin voltearse, negó.
-Sí puedes. Pudiste llegar hasta ahí, ¿qué diferencia hacen un par de pasos más? –masculló, y supe que intentaba controlar el llanto.
-Tú sabes la diferencia que hacen. –Me sorprendí al darme cuenta lo mucho que costó que mi voz saliera bien. El nudo en mi garganta había crecido bastante desde la llamada de Addie.- No tienes idea cuánto me haces falta, cuánto te…
-No te hago tanta falta como tú se la haces a tus hijos –me cortó.
Me quedé callado. Sabía que tenía razón.
-Quiero que sepas que nunca quise hacerte daño –farfullé.
-Y yo quiero que sepas que nunca quise que tú sufrieras –musitó.
Y luchando contra las verdades que pujaban por salir, volví a voltearme. Decirle que estaba confundido no ayudaría en nada, y lo sabía, y era por eso que prefería no hablar. Así que di un paso, luchando con las lágrimas, el dolor, el frío y todo lo que venía con alejarme de Sarah, de la mujer a la que había esperado toda mi vida.
-¿Sarah? –pregunté, a la mitad de mi segundo paso.
-¿Sí, Billie?
Me atreví a voltearme, para encontrarme con que ella igual lo había hecho. Sus ojos azules brillaban enrojecidos a la distancia. Nos miramos fijamente, por varios instantes, intentando memorizar cada rasgo de nuestros rostros, desde nuestros ojos hasta la más mínima imperfección, la más pequeña de las arrugas.
-Tú pusiste el rollo de fotos en mi bolsillo, ¿no?
Se sonrió, encogiéndose de hombros.
-Creí que valía la pena el intento.
Y lo hizo, pensé, mientras asentía. Nos tuvimos el uno al otro una vez más, tal como siempre soñé. Y pese a que siempre se me haría poco, supe que era suficiente. Quizás podría continuar mi vida ahora. Quizás recuperaría mi sanidad mental…
Una vez más, me volteé, y, dolorosamente, di un paso más… y otro… Antes de darme cuenta, ya estaba en el final del pasillo, el último punto desde el cual se vería el interior  de la pieza. Volví a mirar hacia el interior, y me encontré con que ella aún me miraba, ahora con las lágrimas surcando sus mejillas. Supe que, en el fondo de su ser, ella había tenido la esperanza de que me quedara, así como yo tenía la esperanza de que corriera a detenerme. Pero ambos sabíamos que ninguna de esas cosas pasaría, ya que lo correcto era que yo me fuera, que fingiera que esta maravillosa noche nunca había pasado. Tal como Sarah había dicho, mis hijos me necesitaban. No podía darles la espalda por algo que había querido toda mi vida, pero de lo que no estaba seguro, que quizás ni siquiera era lo que necesitaba. Sí, una noche había sido genial, sí, con ella me había sentido mejor que en muchísimo tiempo… Pero Addie me hacía bien…
Addie… Realmente estaría enojada…
Y por última vez, le di la espalda a Sarah, ahora para seguir caminando, pesadamente, hasta que llegué a la puerta principal, la cual atravesé sintiendo como si dejara algo muy importante dentro de la casa.
Y pese a que esta vez fui yo quien se fue, pese a que esta vez yo fui quien cerró la puerta de nuestra relación, sentí como si Sarah hubiese sido quien cerró la puerta tras de sí nuevamente, como si yo me hubiese quedado mirando como pasaba todo. Y, en parte, quizás así fue, porque, realmente, no tenía idea de dónde había salido el impulso necesario para alejarme de Ella y volver con mi esposa y mi familia, para alejarme de Ella hacia la realidad.
Probablemente fue por eso que las lágrimas se me escaparon, si no que rompí en llanto en cuanto di el primer paso hacia mi auto, apenas siendo consciente de la lluvia que me golpeaba o de cómo mis zapatos estaban puestos en el pie equivocado. Era una simple expresión más de lo absurda que era mi vida, nada más.

Hora y media me tomó el viaje de vuelta a casa. Y creo que, fácilmente, fue la hora y media más horrible de mi vida. Al dolor que sentía por alejarme de Sarah se le sumaba el miedo que tenía a la reacción de mi esposa, y, para colmo, mi mente andaba, repentinamente, a toda máquina, diciéndome lo que debí haber dicho, lo que debí haber hecho, indicándome cuál fue mi primer error, y, en una palabra más simple, torturándome, torturándome con lo que pudo haber sido, pero nunca fue y nunca sería… Y, sobre todo, torturándome por lo idiota que fui al no haber sido capaz de decirle mis verdaderos sentimientos hacia ella.
Pero luego recordé el porqué no lo había hecho, recordé mis dudas, mi confusión, a Addie, a Jake y a Joey. No podía dejarlos. Me hacían feliz, Sarah era un simple capricho, algo que había querido y que me habían quitado antes de tiempo, por lo cual siempre querría más.
Y pese a saber que eso último no era enteramente verdad, me forcé a creerlo cierto, y me lo repetí una y otra vez durante el resto del camino.
En fin. Llegué a mi casa. Me sentía agotado, tanto mental como físicamente: Ya eran casi las cuatro de la mañana, y no había dormido más de dos horas. Lo único que quería era tirarme bocabajo en alguna parte y dormir hasta el fin de mis días, para así ahorrarme el dolor y la gran pelea que se me venía… Pero sabía que Addie me estaba esperando: Veía la luz de la cocina encendida desde el auto. Lo detuve, apagué el motor y apoyé la cabeza en el volante.
No tienen idea cuánto habría dado en ese instante para desaparecer del mapa, para no existir, para no tener que pensar, ni, mucho menos, sentir. Consideré seriamente quedarme en el auto y dormir ahí hasta que el hambre me matara, pero ¿qué sacaba con eso? Nada. Adrienne vendría y me sacaría de aquí apenas me viera. Y era una idea totalmente improductiva, ya que no me haría feliz ni por si acaso. Era un simple escape de mis problemas, y no andaba con los ánimos de ser un cobarde. Por ello, tras respirar profundamente, me armé de valor y me bajé del auto. Pero bajarme del vehículo era una cosa muy diferente a entrar a la casa. No era una noche fresca, pero, aún así, tiritaba fuera del auto. Luego me recordé que me había mojado fuera de la casa de Sarah por la lluvia, que también caía en Oakland. Genial. Iba a resfriarme. Quizás me daba neumonía o algo peor, y me moría de una buena vez, sin decepcionar a nadie. No sonaba tan mal en mi mente, al menos no en ese momento…
Pero sabía que no lo pensaba en serio. Y sabía que retrasar algo malo sólo lo convertía en algo peor. Y convenciéndome de que estos argumentos tenían toda la razón del mundo, entré a la casa, intentando ignorar el dolor de pies que sentía. Fue recién al tropezarme en el vestíbulo con el paragüero de mi casa que recordé que mis zapatos estaban en el pie equivocado.
Sentí pasos acercándose al vestíbulo. Llegó la hora: Adrienne debió haber escuchado el tropiezo, e iba hacia mí, sabiendo que yo tardaría horas en llegar a ella. Tomé aire y me paré bien, sin siquiera tener claro qué mentira diría, sin siquiera estar seguro si quería ser perdonado o no.
No se imaginan el alivio que sentí al ver que quien atravesó el vestíbulo no era mi esposa, si no que mi hijo, Jake.
-¿Y tú qué haces despierto a estas horas? –le pregunté, sintiendo la repentina necesidad de tener un ataque de paternidad, desesperado por ganar más tiempo, por mínimo que sea.
-Podría preguntarte lo mismo, mamá estaba preocupada –me reprochó, a modo de saludo.
La expresión apenada de su rostro me impedía mentirle, lo cual era terrible, ya que la verdad se encontraba entre las peores cosas que podría decirle un padre a su hijo. Al final, me decidí por omitir un poco. Bueno, mucho.
-Me retrasé más del o planeado, eso fue todo.
-¿Retrasaste en qué?
Su voz era inocente y curiosa, pero, igualmente, me sentí acusado. Por lo tanto, soné un tanto cortante al decir:
-Nada importante. –Ahí me di cuenta de mi tono, por lo cual continué de una forma más relajada:- Sólo perdí la noción del tiempo. –Ya que estamos, esto era parcialmente cierto: Nunca pensé que llegaría tan tarde a casa.- Aún no respondes mi pregunta.
Torció una mueca.
-Me dolía la cabeza, así que me dormí a las ocho… Ya dormí mis ocho horas, me desperté con hambre, así que fui a la cocina –se explicó, con toda la simpleza del mundo, sin saber que mi interior soltaba un gran suspiro de alivio por sus palabras: La luz de la cocina estaba prendida por él. Addie estaba arriba. Podría refugiarme fácilmente en el estudio o el cuarto de invitados por un rato, antes de tener que enfrentarla.
Sí, así de cobarde era.
-Ah, bueno, en ese caso, no puedo enojarme contigo –murmuré, forzándome a volver a la conversación. Recordé que mi chaqueta estaba mojada, así que me la saqué y la colgué en el perchero. Jake frunció la nariz, cerrando los ojos fuertemente, en una clara expresión de desagrado.- ¿Todavía te duele?
Negó, lentamente.
-Ese olor…
Me sentí palidecer.
-¿Qué olor?
Frunció más la nariz.
-El tuyo, de tu camisa. –Inhaló, sonoramente.- Es muy fuerte.
-¿Sí? –pregunté, nerviosamente, avanzando hacia el interior de la casa.
-Sí… -murmuró él, pensativo, siguiéndome- Hueles como… Hueles como la planta de Joey.
Me detuve a mitad del pasillo y me volteé a mi hijo.
-¿Qué planta de Joey?
-Una planta que tiene en su pieza, no sé qué es.
Mi pulso se aceleró, rápidamente.
-Jake, ¿cómo son las hojas? –Mi hijo no contestó, probablemente dándose cuenta que había metido a su hermano en problemas.- Jake, ¡dime cómo son las hojas! –Negó, rápidamente.- Mira, si no me dices, tu hermano estará en más problemas…
-¿Y por qué va a estar en problemas?
-Sí, papá, ¿por qué?
Alcé la mirada: Joey me miraba desde el segundo piso, de brazos cruzados y el ceño fruncido.
-Joseph Armstrong, debemos hablar –mascullé, avanzando hacia la escalera. Me tropecé antes de llegar al primer peldaño, por culpa de mis zapatos, que seguían al revés. Me los saqué, bruscamente, intentando liberar algo de la tensión que sentía dominándome.
-No tan rápido, no podemos subir descalzos –canturreó mi primogénito, socarronamente.
Trece años, pensaba, mientras subía la escalera, ignorando la burla de mi hijo. Joey tenía trece años. Sólo trece años.
-No uses ese tono conmigo –lo regañé.
Bueno, yo había empezado a fumar marihuana alrededor de esa edad… Pero esto era diferente. Yo vivía un infierno emocional, en un pueblo infernal. Joey no. Joey no podía estar pasando por esto. Joey era feliz…
-Ah, así que esto es tener un padre.
-¡Qué no uses ese tono conmigo!
Me sentía como si alguien hubiese dejado deslizar un cubo de hielo por mi espalda: ¿Y si no era feliz? ¿Y si me odiaba a mí, y a su madre, y a su vida?
-Shh, mamá podría despertar, y no queremos eso, ¿no?
Sus labios se torcieron en una sonrisa burlona, sonrisa que no se extendía a sus ojos, en los cuales veía el resentimiento y el enojo… Pero creo que no se comparaban a la rabia que comenzaba a reemplazar al miedo y dolor de mi interior.
-¡No seas insolente!
Mas, aún así, mi exclamación fue un mínimo susurro.
-¿Yo, insolente? ¡Yo no desaparezco todo un día y toda una noche, sin darle explicaciones a nadie!
Mi hijo ni se molestó en bajar la voz. Temiendo que Addie se asomara a ver cuál era la causa de todo el alboroto, y con una ira creciente, me acerqué a Joey y lo tomé del antebrazo, para arrastrarlo a su cuarto, dentro del cual lo empujé, haciendo que cayera sentado en la cama, al tiempo que yo cerraba la puerta. Y tras asegurarme que Jake no nos había seguido, me acerqué a mi hijo y le pregunté, en el tono de voz más serio que había emitido en mi vida:
-¿Dónde está?
Joey me miró, con cara de inocencia, una inocencia cuya falsedad destacaba con su mirada.
-¿De qué hablas, papá?
La furia se salió de control, y sin pensar, comencé a dar vuelta las cosas en su pieza, buscando la maldita planta, ignorando completamente a mi hijo, quien ni siquiera intentaba detenerme: Me miraba desde su cama, con una sonrisa de complacencia. Finalmente, tras revolver todos los papeles que había junto a su escritorio, la encontré, en un macetero que conocía demasiado bien.
-Ah, ¡hablabas de eso! Sí, estaba en tu vieja pieza, no creí que fuera a molestarte. Después de todo, andabas con gana de recordar tu adolescencia, ¿no?
No me contuve:
-¿De qué mierda hablas, Joseph?
Torció una sonrisa, más burlona aún.
-Bueno, hace dos semanas revelaste un montón de fotos tomadas por tu ex novia… Teniendo en cuenta que jamás estuviste seguro de estar con mamá, tiene sentido.
Palidecí.
-¿De qué hablas? –repetí.
Mi hijo simplemente señaló el escritorio con su cabeza. Seguí el punto que indicaba con mi mirada…
No tengo idea cómo no me desmayé al ver mi viejo cuaderno de química ahí. Todo cobraba algo de sentido. Joey lo había leído, y lo había interpretado de la peor forma posible: La textual, y, al menos en una buena parte del cuaderno, la más acertada.
-Sabes de lo que hablo. Ahora, no veo con qué moral vienes a enojarte conmigo, siendo que toda nuestra vida es una maldita mentira, que inventaste para no estar tan solo como te sientes.
Quería dejarme caer, y respirar a grandes bocanadas, con la esperanza de que así, quizás, lograría conseguir el aire que me faltaba… Pero hacer eso demostraría debilidad ante mi hijo, algo que no me podía permitir hacer, no en ese momento, al menos.
-Joey, yo los amo, tanto a ti, como a tu hermano, como a tu madre –susurré.
-¡Mentiras! –exclamó él- Si nos amaras tanto como dices, no saldrías a escondidas, y mucho menos con Sarah. Porque es ella, ¿no? ¿Sales con ella, y para ella eran las fotos que revelaste?
Ahora me sentía como un ser muy pequeño e insignificante atrapado en el fondo de una caja muy alta para escalar. Y Joey era el gigante que comenzaba a acusarme de todas mis malas acciones.
Quería mentirle. Debía mentirle. Pero no pude. Sus ojos me miraban llenos de ira, y de una seguridad que jamás había visto. ¿En qué momento mi hijo había pasado de ser el dulce niño que era a esto?
-Da lo mismo lo que yo esté haciendo –evadí-, lo que me importa ahora es saber el porqué tienes la planta acá.
Se encogió de hombros.
-Simple curiosidad. Y no, no la he probado, así que no me pongas esa cara. –Torcí una mueca, con un poco menos de tensión en mi interior. El descanso sólo duró un par de instantes, claro está:- No le vas a decir a mamá.
-No estás en posición de poner condiciones, Joey –mascullé.
-Al contrario. Eres quien no está en posición de poner condiciones –me rebatió, poniéndose de pié-. No sólo no le dirás a mamá lo de la marihuana, si no que dejarás de juntarte con esa mujer a escondidas, y romperás cualquier clase de contacto que tengas con ella.
Recordé la mirada de adiós que me dedicó Sarah esa noche, la última vez que vería esos hermosos ojos azules mirándome a mí, y solamente a mí. Y ya no pude más con la debilidad de mis piernas, por lo que me dejé caer en la silla que había frente al escritorio.
-Habíamos quedado en eso de todas formas –musité, rindiéndome de una vez a la verdad: Daba igual cuánto lo intentara, no podía mentir.
-Bien, entonces no será tan terrible. Pásame tu celular.
Trece años. No podía tener trece años. Me sentía como si él fuera quien tenía treinta y cinco, y fuese yo el que tenía trece. No, nueve. Quizás menos.
-¿Para qué? –inquirí.
-Hazlo, o le diré a mamá. ¿Con quién crees que se enojará más? ¿Con el hijo que en su ignorancia y curiosidad, guiado por un padre que nunca tuvo la capacidad de decirle que las drogas son malas, robó una planta de la pieza del mismo padre? ¿O con el esposo que fue lo suficientemente tarado como para engañarla?
Y tenía razón. Tenía toda la razón. Con renovadas ganas de romper en llanto, saqué el equipo de mi bolsillo y se lo pasé.
-¿Qué quieres hacer?
No me contestó. Simplemente apretó botones.
-¿Sarah, no? –Asentí, con el dolor de mi alma.- Listo, la borré de tu celular.
Quería regañarlo. Quería gritarle por haber hecho esa atrocidad, por haber destruido la única forma que tenía de reestablecer el contacto con ella, pidiéndole disculpas por haberme ido en vez de haberme quedado con ella. Pero no pude. Simplemente asentí y me puse de pié, para quitarle el teléfono y dirigirme a la salida de la pieza, sin siquiera intentar decirle algo más.
-Sé que estoy siendo un idiota –aclaró Joey, desde el otro lado de la pieza. No me volteé-, pero, como dicen, “el fin justifica los medios”. Mi misión es que sigamos juntos todos, y si debo chantajearte el resto de mi vida para que mamá y mi Jake sean felices, lo haré.
Quería desaparecer. De verdad que sí.
Por desgracia, tras cerrar la puerta, me encontré cara a cara con Adrienne, quien estaba de brazos cruzados, iracunda. Y no me importaba. Sentía que ya no podía ser más desgraciado.
-Hoy no, Addie –murmuré-. Hoy no.
Asumo que me dijo algo. La verdad, preferí no escuchar. Sabiendo que me seguía, me dirigí al cuarto de invitados, cuya puerta cerré en su cara, ignorándola a ella, a la realidad y al extrañado Jake que se encontraba al final del pasillo, lamentándome el no ser capaz de hacer lo mismo con los pensamientos que me atormentaban en ese instante y que, sabía, me atormentarían por un buen tiempo más.

12 comentarios:

  1. Joey es tan Bad ass♥

    todos los son menos Billie

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  2. Buen capitulo :)
    Me encantaria que Billie se quedara con Sarah!!!
    Saludos ^.^

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  3. Pero por qéeee? weon, pobre Billie, cual es la idea de hacerlo sufrir? (U) no, no leeré más hasta tener el final feliz ): xD
    <3

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  4. pobre billie, no se merece sufrir tanto :(
    ojala q se quede cn sarah y sean felices.

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  5. Qe tristeza!!! :( Yo qiero qe Billie se qede con Addie pero no manchees!! me iso llorar aparte de qe en estos momentos me siento muy conectada con esta historia :( spero qe ya no tardes tanto en subir
    atte. Vicko!

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  6. Por alguna razon Sarah no me cae ¬¬ y quiero que se quede con Addie♥
    ¿estas segura de que Joey tiene trece?

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  7. Tiene 13 en la historia. Recuerda que está ambientada en el 2007 :)

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  8. Team Forever Alone! quiero que Billie se quede solo y se vuelva loco... =\

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  9. Cómo extrañaba leer tus capítulos!
    Joey es muy atrevido para tener 13 xD

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  10. ¿Y cuando el proximo capitulo?

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