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Prólogo

lunes, mayo 09, 2011

Suffocate. - Capítulo 25: Herido.


-¿Por qué te tienes que ir? –me preguntaba Ramona, abrazándome, mirándome fijamente con sus ojos azules.
-Porque si no me vuelvo a Oakland hoy, el tío Billie vendrá y me degollará –respondí, con una pequeña sonrisa, revolviéndole el cabello-. Anímate, puedes ir a verme cuando quieras sólo avisa antes para comprarte tus cereales y tu leche. Ahora… anda a tu cuarto un poco, que tengo que hablar con tu madre.
Mi hija asintió y corrió, escaleras arriba, mientras yo la observaba con una sonrisa. La había extrañado, y bastante… Sentía que cada vez que la veía estaba más grande, y eso era demasiado para mí.
-¿Cómo se llama? –me preguntó una voz femenina a mis espaldas.
Me sobresalté al encontrarme con Lissea, con una pequeña sonrisa en su rostro.
-¿Eh? –pregunté, sin comprender.
Mi ex esposa y, actualmente, amiga, revoleó los ojos.
-¿Cómo se llama la chica que tiene más feliz que lo que habías estado en mucho tiempo? –especificó, mientras yo me dejaba caer en uno de los sofás del living.
-April –respondí, con una sonrisa en mi rostro, la cual fue reemplazada por una expresión de melancolía-. La extraño –admití.
Lissea volvió a sonreírme, sentándose a mi lado, para abrazarme.
-Me alegro –susurró-. Me tenías preocupada hace unos meses… Ahora estás bastante bien…
-Sí, ella me ayudó –musité, con una sonrisa.
Silencio.
-¿Cuánto llevan juntos? –me preguntó, analizando mi mirada.
-Casi un mes –contesté-. ¿Por qué?
Se encogió de hombros.
-Por tu cara cuando hablas de ella, creía que era más… No ponías esa cara desde Claudia –comentó.
Me sonrosé levemente. La verdad era que estaba bastante “enamorado” (no sabía si era infatuación u otra cosa) de April, y el haber estado una semana lejos de ella sólo lo había acentuado. Sí, había estado con mis dos hijos (dos días con Frankito y cinco con Ramona, ya que a ella la veía menos), pero, cuando no estaba junto a ellos, sentía un vacío que hacía años no sentía, un terrible vacío que me hacía querer beber, drogarme y demás… Sin embargo, le había prometido a April no consumir nada mientras estuviéramos juntos, por lo que me había conformado con muchos cigarrillos y coca-cola.
-Me gusta estar con ella –fue todo lo que dije.
Lissea rió, levemente.
-En fin, ¿a qué hora sale tu avión?
Saqué mi celular del bolsillo y revisé qué hora era.
-En una hora más. Tengo que irme ahora si quiero andar calmado –musité; el aeropuerto quedaba lejos de dónde vivían ellas-. Me iré a despedir de Ramona.
Ella asintió y subí al cuarto de mi hija mayor, quien se encontraba leyendo algo concentradamente, recostada en su cama.
-Tienes una nueva novia, ¿no? –musitó, sin levantar la vista, al escucharme atravesar el umbral de su puerta- ¿Por eso te vas temprano en vez de irte en la noche como siempre?
Suspiré, sentándome a su lado, a la vez que ella dejaba el libro bocabajo a un lado de la cama.
-Sí –admití, un tanto preocupado por su reacción, la cual fue… Ninguna. Simplemente asintió-. ¿Te molesta?
-No… Pero no quiero que vuelvas a salir herido –susurró, mirándome-. Siempre que tienes novia y terminan, quedas mal por semanas… Todavía recuerdo como quedaste después de Claudia…
Suspiré, para luego abrazarla.
-No te preocupes, esto no va para eso. Ya estoy lo suficientemente grandecito como para no quedar así –susurré, intentando convencerme a mí mismo.
-¿Seguro?
-Sí –respondí, con una sonrisa, tras lo que la miré-. Ya, tengo que irme, así que  cuídate… Y recuerda que, cualquier cosa, me llamas.
Mi hija asintió y me abrazó, estrechamente, con una sonrisa.
-¿Puedo decirte algo, pero sin que le digas a mamá? –me preguntó, sin soltarme.
-Por supuesto –respondí, separándome un poco, para ver lo sonrosada que estaba mi hija-. ¿Qué ocurre?
-Hay un chico…
Abrí mucho los ojos, sorprendido.
-¡¿Tienes novio?! –exclamé. Me chitó- ¿Desde cuándo?
-Dos semanas –susurró.
Si era posible, mis ojos se abrieron más.
-¡¿Y tu madre no sabe?!
-Si ya se lo voy a decir… Pero quería saber tu opinión primero…
Suspiré.
-Ya estás en edad y todo… Sólo que… -Volví a suspirar.- Todavía te veo como una bebé, ¿qué quieres que te diga? –Ella se sonrió.- Ya, la próxima vez que te vea me lo presentarás, ¿ok?
-Si tú me presentas a tu novia.
La miré y volví a darle un abrazo, para luego irme.


Varias horas después, me encontraba camino a una callejuela de Oakland; apenas sí me había detenido a dejar mis cosas en la casa antes de dirigirme ahí. Sonreí al ver a April sentada en un rincón, con una expresión pensativa en su rostro. Sigilosamente, me acerqué.
-Hola tú –saludé, parándome a su lado.
Sorprendida, levantó la mirada, para encontrarse conmigo.
-¡Tré! –exclamó, sonriente.
Se paró de un salto y, en un rápido movimiento, me rodeó el cuello con sus brazos, para besarme, beso que devolví con gusto.
-¿Me extrañaste? –pregunté, aún sonriente.
-Demasiado –admitió, apoyando su frente con la mía-. ¿Cómo te fue?
-Bien, pero mi hija me contó que tiene novio, y es posible que termine matando al sujeto si le hace algo –bromeé, ante lo que ella rió-. ¿Cómo estuvo tu semana?
-Lenta –musitó, acariciándome el rostro, suavemente-. ¿Qué quieres hacer?
La besé, intensamente, mas intentando conservar la ternura.
-¿Te interesa ir a mi casa? –susurré, con una pícara sonrisa.
Me extrañé al ver como su sonrisa desaparecía lentamente, para ser reemplazada por una expresión que no logré clasificar. ¿Era culpa o tristeza? ¿Miedo o vergüenza?
-No puedo… -susurró- Yo…
Sentí cómo mi pulso se aceleraba, a causa de los nervios.
-¿April? –pregunté, preocupado.
Se separó de mí, cabizbaja.
-¿Quieres saber por qué Billie terminó contigo? –murmuró.
Un profundo dolor de estómago se sumó a mi pulso acelerado.
-Qué… ¿Qué tiene que ver Billie en todo esto? –susurré.
Suspiró.
-Él… Yo… -Una lágrima se le escapó.- Me acosté con Billie…
Abrí mis ojos, desmesuradamente, sintiendo cómo algo en mi interior se trisaba. No sabía qué decir, ni sabía cómo actuar.
-Yo no quería, lo juro… Fue… Él llegó, lo hicimos y me pagó, fue el día anterior a que tú y él… -farfullaba ella, atropelladamente, con más lágrimas.
Pero yo no escuchaba. Estaba en shock.
-¿Tré? –me preguntó.
-Aléjate de mí –susurré.
Sin más, me fui del callejón, ignorando sus lágrimas y, sobre todo, ignorando las mías: Una vez más, estaba herido.

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