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Prólogo

lunes, mayo 09, 2011

Rotting - Capítulo 31: "Buena suerte."


La sala en la que nos encontrábamos era uno de los tantos cuartos privados del hospital. Ninguno de los tres era capaz de decir algo. ¿Qué haríamos si ninguno era compatible? ¿O si el que lo era no se sentía capaz de donar la mitad de su hígado?
-Antes de que vuelva la enfermera –comenzó Mike-, ¿cuál es el problema que hay entre ustedes dos?
Tanto Billie como yo fingimos que no sabía de qué hablaba.
-¿A qué te refieres? –preguntó el guitarrista, sin mirar a su amigo fijamente a sus ojos, fingiendo estar concentrado en algo más.
Mike suspiró.
-A que no se hablan, no se miran, ni nada –se explicó-. Ok, sé que es incómodo haber salido con el mismo tipo, pero no es para tanto…
Ambos negamos.
-Estamos demasiado preocupados por Tré como para intentar socializar –musité. En parte era verdad.
Silencio.
Fue ahí que la enfermera llegó con tres kits para extraer sangre, kits que consistían en la aguja, el tubo que iba desde la aguja al recipiente y… Bueno, el recipiente. Pero de todo eso, sólo el primer “ítem” me importaba. Tragué saliva, gesto que Mike (quien aún nos observaba en un intento de descifrar qué ocurría entre nosotros) notó.
-¿Te da asco la sangre?
Negué.
-Me dan fobia las agujas –susurré, intentando no temblar ni nada-. Que te extraigan a ti primero.
El bajista asintió, arremangándose su camisa blanca hasta poco más abajo de su axila, para luego extender su brazo frente a la enfermera, a la vez que hacía un puño con su mano, facilitando el acceso a la vena con la aguja. La mujer limpió la zona con un algodón con alcohol y…
Un fuerte escalofrío recorrió mi espalda al ver cómo la aguja atravesaba la piel sin ningún esfuerzo evidente, escalofrío que se repitió al ver cómo por el tubo avanzaba la sangre hacia el pequeño frasquito. Me pareció ver cómo una sonrisa de autosuficiencia aparecía en el rostro de Billie, pero lo ignoré; Mike había terminado.
-¿Quién ahora? –preguntó la enfermera, tras escribir “M. Pritchard” en la etiqueta del envase, mirándonos a mí y a Billie.
Temblorosamente, alcé mi mano. Ella asintió y preparó el siguiente kit, a la vez que yo me quitaba el abrigo, para quedar en mi polera manga corta. Respirando profundamente, extendí un brazo de la misma forma que Mike lo había hecho.
La medianamente discreta sonrisa de Billie fue reemplazada, inmediatamente, por una burlona, al ver mi expresión de “tengo que salir de aquí ya”. Fue esa sonrisa la que me dio fuerzas para quedarme y no sacar mi brazo del alcance de la enfermera. Tuve que mirar hacia otro lado mientras me extraían la sangre, pero me dio igual; lo estaba haciendo por Tré.
-Cálmate, éste es el único examen que requiere agujas –musitó la enfermera, divertida por mi fobia.
-Sí, el doctor nos explicó –susurré.
La enfermera terminó de escribir “A. Gallagher” en la etiqueta (el cómo cupo es un misterio) y se volteó hacia Billie, quien ya estaba listo. Miré hacia el lado contrario, es decir, hacia Mike.
-Tienes que comer algo dulce, estás pálida –murmuró.
-Debe ser por el ayuno de mierda que tuvimos que hacer antes de que nos pudieran sacar sangre –mascullé, molesta; desperdiciaban el tiempo de mi novio-. Estoy bien.
Mike hizo una mueca.
-Te creeré.
Fue en ese instante que la enfermera terminó con la sangre del guitarrista. Nos dijo que volviéramos a la sala de espera y que aguardáramos por los resultados.
Y eso hicimos.
Nunca supe cuánto tiempo estuvimos ahí (después de todo, la noción del tiempo era algo que había perdido hacía un buen rato), pero supongo que fue alrededor de medianoche cuando el doctor volvió.
-Tengo los resultados –dijo.
Los tres lo miramos expectantes.
-Tanto el señor Armstrong como la señorita Gallagher son compatibles y, de momento, aptos para donar –nos informó.
Los dos suspiramos. Era muy poco probable que ninguno de los dos pasara los siguientes exámenes.
-¿Ambos quieren continuar?
Sin dudarlo ni un segundo, asentimos.
Fuimos llevados por separado a los diversos exámenes: Tomografías, radiografías, chequeos generales… En fin, tras muchas horas de pruebas y espera, el doctor volvió a la sala de espera, donde Mike, Billie y yo esperábamos, comiendo algo por primera vez en muchas horas.
-¿Y? –inquirió Billie, al ver que el médico no se dignaba a hablar, al mismo tiempo que yo me terminaba mi café.
-Ambos están en perfectas condiciones para donar.
Enmudecimos.
¡¿Qué?!
-¿Está seguro? –preguntó Mike.
El doctor asintió.
-Esto casi nunca pasa, tienen suerte. Ahora deben decidir quién dona… Los dejaré a solas, vendré en diez minutos.
¡¿DIEZ MINUTOS?!
Era la decisión más importante de nuestras vidas, ¡¿y había que tomarla en diez minutos?!
Giré mi cabeza hacia Billie, quien lucía igual de atónito que yo. Mike, sentado entre ambos, se puso de pié.
-Los dejo a solas.
Y se fue.
Nos quedamos en silencio por varios instantes, mientras terminábamos lo que comíamos, instantes tras los cuales Billie soltó:
-Donaré yo.
Negué, fervientemente.
-Eres un alcohólico de mierda, no sobrevivirás con medio hígado hasta que se regenere –murmuré.
Fue su turno de negar.
-No lo entiendes –murmuró.
-¿Qué no entiendo?
Sin responderme, se puso de pié y se dirigió hacia una ventana. Lo seguí.
-Si dono mi hígado –comenzó-, además de saber que hice todo lo posible para que viviera, hay una posibilidad de que Tré me perdone y podamos hablar como antes. Y si… Si no sobrevivo… -Cerró los ojos, fuertemente, para luego continuar:- Si no sobrevivo, sería mi forma de pagar todo lo que he hecho.
Silencio.
-Tengo más posibilidades que tú –susurré-. Y no estaré nunca tranquila si algo sale mal y no pude decirle…
Callé. No hacía falta que terminara la oración: Él me entendía.
-No tengo miedo de la operación –susurré, minutos después-, y voy a hacerlo yo, quieras o no.
Otro silencio.
-Tus posibilidades no se ven mucho mejores que las mías –susurró él.
-No fumo, no bebo y no me drogo. Tú haces todo eso y quién sabe qué más –musité.
Él suspiró.
-Tú ganas… Pero sólo porque es lo mejor para Tré.
Sonreí, levemente, para quedarnos nuevamente en silencio, mirando atentamente cómo Oakland comenzaba a aclarar. Ya era bastante tarde… O temprano, dependía del punto de vista.
-¿April? –preguntó Billie, varios minutos después.
Era la primera vez que se dignaba a recordar mi nombre, lo cual me extrañó.
-¿Billie?
-Buena suerte.
Iba a agradecerle, pero me vi interrumpida por los rápidos pasos del doctor hacia nosotros, pasos que hicieron que nos volteáramos, asustados.
-Está despierto.

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