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Corría detrás del globo rojo, desesperado. Tenía que
atraparlo. Era la única forma que todo tuviera sentido, era la única forma que
tenía para entender qué pasaba con los verdosos anfibios que me perseguían en
aquella desierta calle, saltando sobre los autos que estaban estacionados junto
a la acera, bajando desde los árboles y los edificios. Debía alcanzar el globo.
Era la única forma…
Y, tras un último gran salto de mi parte, tomé el globo… Y
nada pasó. Simplemente me quedé ahí parado, en medio de la calle, con el globo
rojo aferrado firmemente con mi mano derecha. Mierda, ¿qué haría ahora? Los
anfibios dominarían todo…
Sentí algo viscoso descendiendo por mi mano hacia mi
antebrazo: Un renacuajo se deslizaba sobre mi piel. Solté un grito y, asqueado,
solté el globo, para agitar mi brazo, causando que el renacuajo cayera. Recién
ahí recordé que no debía soltar el globo… Y justo cuando pensé que debería volver
a correr, Sarah apareció frente mí, con el globo en su mano y una gran sonrisa
en su rostro. Suspiré aliviado. Iba a darle las gracias, cuando sentí algo
rarísimo: Todo se movía. ¿Un terremoto?
-Billie…
Era una voz femenina. Sarah no había ni despegado sus
labios, por lo que no podía ser ella. Aún sonriendo, me pasó el globo, mientras
todo seguía moviéndose. Pero no podía ser un terremoto, ya que ningún semáforo
se zarandeaba con el movimiento. ¿Era yo quien se estaba moviendo? ¿O era
simplemente mi interior el que se movía?
-¡Billie! –reiteró la voz.
Sarah despegó sus labios:
-Hora de despertar –susurró.
Me pasó el globo rojo y, súbitamente, yo era ligero como
una pluma, y sentía cómo mis pies se despegaban del suelo al ser elevado por el
globo hacia el cielo. Pero yo no quería irme, quería quedarme ahí, y, quizás,
besar a Sarah, quien me miraba desde la tierra con sus brillantes ojos azules.
Sí, quería besarla, una vez más…
Y mientras me veía cómo me alejaba de los árboles, de los
edificios, de los edificios y de Sarah, seguía sintiendo cómo todo se movía.
-¡BILLIE JOE!
¿Besarla una vez más? ¿Y cuándo la había besado?
De pronto, todo a mí alrededor se puso negro, a excepción
del globo rojo. Miré hacia abajo: La tierra ya no estaba.
Y el globo reventó. Y yo caí. Pero no me importaba, quizás
así me encontraría con Sarah, y volvería a tenerla en mis brazos…
Abrí los ojos, sobresaltado. Addie estaba a mi lado,
mirándome molesta. Pero me daba igual: Por primera vez desde mi adolescencia
(sin contar mis recurrentes sueños en el campo de centeno) había soñado a
colores. E, inmediatamente, la realidad me pareció pálida y descolorida.
-Al fin te despiertas, ¡me asustaste! –me regañó Adrienne-
¿Qué hacías durmiendo aquí? ¿A qué hora te dignaste a llegar? ¿Y dónde mierda
andabas? Y no me digas que estuviste en el estudio hasta tarde, Mike me llamó
preguntando a qué hora se juntarían hoy, y me dijo que ayer estuvieron allá
hasta las seis.
Me costó muchísimo entender de qué demonios me estaba
hablando. Después de todo, estaba recién despertando. Tras restregarme los
ojos, me di cuenta que estaba en el sofá de mi sótano. Me asaltó la misma duda
que a Addie: ¿Qué hacía durmiendo ahí?
Y recordé. Recordé cómo me había juntado con Sarah, y cómo
la había besado después…. Y recordé cómo me había quedado dormido en mi sótano,
pensando en Sarah, en el beso, intentando arreglar la canción que,
inconscientemente, había escrito para ella.
¿Qué le decía a Adrienne?
-Me quedé hasta tarde dando vueltas –comencé, sentándome
bien y pensando cómo continuar la mentira-. Y sabes cómo me pongo cuando tengo
una canción en mente. Al final se me ocurrió, y llegué como a las once. Ya
estabas durmiendo, y preferí quedarme acá escribiendo la canción y grabando un
demo. Se me hizo tarde, estaba cansado y, sin darme cuenta, me quedé dormido
aquí.
Addie me miró, un tanto menos molesta, creyendo la mentira.
Bien.
-¿Por qué no llamaste en todo el día?
-Te llamé para avisar que no llegaba a almorzar.
-Sí, pero después de eso no supe más de ti. De no ser
porque te encontré ahora, habría considerado llamar a la policía y reportarte
como desaparecido.
Torcí una mueca.
-Perdón. No volverá a pasar –me disculpé, en un intento de
tono honesto de voz-. De volver a desaparecer tanto, tienes permiso de llamarme
cada una hora para que me reporte, ¿ok?
Se sonrió.
-Ok… Ahora… ¿A qué hora quedaron de juntarse con los
chicos?
-Mmm… A las tres, ¿por qué?
Addie se sentó en mi regazo.
-Son las nueve y los niños no están… -Me lanzó una mirada
que aclaraba sus intenciones por completo, y el que me besara el cuello las
aclaró más aún.- ¿Qué me dices?
Simplemente le sonreí y dejé que me recostará en el sofá,
acomodándose sobre mí, besándome el cuello con mayor intensidad, pasando sus
manos frenéticamente por todo mi torso, desabotonando mi camisa.
-¿Alguien me extrañó? –pregunté, cuando terminó de sacarme
la camisa, volviendo a quedar a mi altura, mirándome fijamente.
-Algo, sí –contestó, con una amplia sonrisa, para besarme
los labios.
Fue entonces que lo sentí: Un escalofrío para nada
agradable recorrió mi espina dorsal. Si bien mi esposa besaba increíblemente,
no era lo mismo que besar a Sarah, cuyos labios parecían encajar perfectamente
contra los míos… No como los de Addie…
… ¿Qué?
Estaba a punto de hacer el amor con mi esposa, ¡¿y estaba
pensando en Sarah?! ¿Acaso nadie podía cachetearme en ese momento por idiota?
¿De verdad?
-¿Pasa algo? –susurró en mi oído.
Tardé en darme cuenta que ella tampoco llevaba su blusa
puesta y que ya tenía una mano dentro de mi pantalón. Tardé más aún en notar
que me miraba preocupada.
-No, ¿por qué? –mentí, tratando de aparentar estar tan
excitado como ella.
-Te noto en otro lado, por decirlo así –se explicó.
Intenté sonreír, pero sólo logré una especie de torcida
mueca.
-Me sigue dando vueltas la canción en la que trabajaba
anoche, eso es todo –mentí.
Y con un esfuerzo sobrehumano, invertí los papeles,
poniéndome yo sobre ella, encerrando a Sarah en un rinconcito de mi mente y
concentrándome enteramente en Adrienne.
Pero no importó cuánto intenté evitarlo, el rostro de Sarah
seguía colándose en mis pensamientos. Y no era sólo la imagen de su rostro: El
recuerdo de sus labios era prácticamente doloroso. ¿Qué mierda hacía? ¿Cómo
lograba que Adrienne no se diera cuenta de nada? De partida, me estaba moviendo
guiado por el reflejo, sin siquiera concentrarme, ni dedicarme, ni nada…
-¡Billie…!
Aparentemente, eso bastaba. Me sentía en piloto automático,
pero estaba consiguiendo mi objetivo: Mi esposa no parecía notar nada.
Excelente. No debería inventar ninguna explicación.
En fin, un buen rato después, ambos nos encontrábamos
recostados en el sofá, con la respiración agitada. Addie estaba recuperándose
de un orgasmo pleno, y yo… Yo simplemente fingía lo mismo. Cuando digo que no
sentí nada, me refiero a nada. De
hecho, quería irme a otra parte, no quería estar ahí con Addie. Quería irme y
estar solo, para dejar de sentirme tan falso y sucio y mentiroso… Y recordar el
beso con Sarah una y otra vez, claro está.
Me regañé. No debía pensar en eso. De verdad que no. No me
hacía ningún bien recordar lo que había perdido y no podía volver a tener. No
debía pensar en ella. No debía. No. No debía pensar en ella…
-¿Sigues con la canción?
La miré, y vi la preocupación en su rostro. Supe que temía
que tuviera la grandiosa idea de escaparme a Nueva York de nuevo para componer.
Como si quisiera irme de California en ese momento, estando, al fin, tan cerca
de Sarah, casi tan cerca como cuando vivíamos juntos. Sí, geográficamente
hablando había estado más cerca cuando estaba casada con Mike, pero en ese
entonces la sentía más lejos que cuando se había ido a Ecuador…
-¿Billie?
Sacudí la cabeza, como si así pudiera espantar mis
pensamientos.
-Lo siento, sí. Es decir… Grabé la batería, el bajo, la
guitarra, y como veinte capas de voces, pero aún no la siento bien…
Esa era una mentira garrafal. Me gustaba la canción. Había
llegado a tonos mucho más altos de lo usual. Las únicas mejoras que se me
ocurrían para la canción, eran unos retoques en la batería y el bajo, que Mike
y Tré hubiesen tocado mejor, pero eso era lo de menos. Pero Addie no sabía
esto, y yo era conocido por quejarme por canciones mejores que esta, así que
con esa mentira estaba a salvo. Era el escudo perfecto.
-¿Así que está lista, y aún te molesta?
-No sé si está lista, podría añadirle un par de arreglos,
eso es lo que me molesta ahora –me expliqué-. No se siente completa.
Sí, otra mentira.
-¿Puedo escucharla?
Había momentos en los que me olvidaba que Addie no era
omnisciente y opinaba que estaba demente. Este era uno de esos. ¿Por qué mierda
quería escuchar una canción compuesta para Sarah?
Idiota, respóndele.
-Eh… Sí, claro.
Me paré con cuidado del sofá, sin siquiera darle un corto
beso o similar, me estiré, me puse la camisa, me acomodé los bóxers, y caminé
al panel de control, donde estaban todas las pistas y el resultado final de mi
canción en una cinta aparte. Tomé esta cinta, la puse, encendí los parlantes
que permitían que se escuchara en todo el sótano y puse play, para luego
sentarme en la silla que había frente al panel, que di vuelta para quedar
mirando a Adrienne. Ella simplemente se sentó en el sofá, escuchando
atentamente.
-Billie… Es hermosa –dijo un par de minutos después, cuando
la canción había terminado-. De verdad.
Sonreí.
-Gracias.
Sabía que tenía que decirle que era para ella, para hacerla
feliz, y hacerla sentir amada por mí como correspondía. Pero no me vi capaz. De
verdad que no. Y lo intenté. Durante eternos segundos, luché contra mí mismo
para poder decírselo, pero no lo logré. Era patético. De verdad que lo era.
Estaba peleando contra mí mismo.
Tarado.
-¿Por qué no usaste sólo una voz? –me preguntó.
Porque me sentía demasiado vulnerable y al descubierto,
obviamente.
-No lo sé. Me pareció que sonaba mejor así –Me miró alzando
una ceja.- Tomémoslo como un ejercicio de voz.
-En todo caso, ni siquiera sabía que podías llegar tan
alto.
Sonreí.
-Yo tampoco… Tenía una buena motivación, claro está.
Obviamente, yo hablaba de Sarah, pero logré que Addie
pensara que hablaba de ella, es decir, que la canción era para ella y no para
la mujer con la que había estado todo el día anterior, y que había acabado
besando. Punto para mí.
Pero luego recordé el beso y me sentí súbitamente atrapado,
como si estuviese en un lugar muy cerrado, con muy poco espacio y aire.
Decidiendo que no era bueno que estuviera cerca de Addie en ese momento (en
especial porque hacía un buen rato que quería alejarme de ella), me puse de
pié.
-Mejor me voy a duchar… ¿Batería y sexo, y ni una sola
ducha desde la mañana de ayer? Debo oler a mierda.
Ella soltó una de sus risas que tanto solía amar, y que
ahora tanto me hacían sufrir, en especial porque era tan parecida a la de
Sarah. Torcí una forzadísima sonrisa y comencé a caminar en dirección a la
salida… Claro que ella se paró, me alcanzó y me dio un corto beso. No tienen
idea lo difícil que fue no separarme de ella, de verdad, requirió de toda mi
fuerza de voluntad, ya que realmente quería empujarla lejos de mí. Le dediqué
otra falsa sonrisa, y subí al primer piso, para luego subir a mi habitación y
de ahí encerrarme en el baño. Pero no me metí de inmediato a la ducha. Antes me
senté en el borde de la tina, deshaciéndome de la sonrisa y apoyando mi rostro
en mis manos.
¿Qué me pasaba? Era como si Addie me diera asco. No quería estar con ella, no
quería estar cerca de ella, quería estar cerca de Sarah.
Pero no. Había sido un beso. Sólo un beso. Obviamente no
había significado nada más, ni para ella ni para mí. Bueno, para mí no debía
haber significado nada, porque estaba casado, pero sí lo había significado…
Pero eso no importaba, porque sabía que ella ya no pensaba
en mí como antes. Yo había quedado atrás. Ese beso había sido un simple momento
de debilidad de parte de ambos… Un momento que no se repetiría ni aunque nos
viéramos todos los días, ni aunque yo lo quisiera con todas mis ganas, porque
ella no querría repetirlo.
Me puse de pié y me lavé la cara con el agua del lavamanos,
para después echarme un analítico vistazo en el espejo del baño. Ahora yo me
daba asco. Engañaba a Adrienne, y no me importaba, lo único que me interesaba
era que no volvería a pasar. Y sentí un casi
irresistible impulso de darle un fuerte golpe mi reflejo.
Había terminado la ducha hacía un buen rato. Ya no quedaba
ninguna gota de agua en mi cuerpo, y, si seguía sólo cubierto por la toalla,
iba a agarrarme un buen resfrío… Pero no me importaba. No quería salir del
baño; temía encontrarme con Addie esperándome en la habitación, ya que no tenía
idea cómo reaccionar ante su presencia. Sabía que probablemente saldría en
dirección contraria, y que eso la enojaría, y eso era lo último que quería
hacer: No quería tener que mentirle, no me veía capaz de ello en ese momento.
Estornudé. Llevaba tiritando un buen rato. No me quedaba otra opción que ir a vestirme
de una vez…
Por suerte, Addie no estaba en la pieza, así que pude
vestirme sin problemas… Tomándome mi tiempo, claro está. Mientras más demorara
en bajar, más retrasaría el momento de volver a hablar con mi esposa, es decir,
menos estaría con ella.
Pero, aún si me demorara cinco minutos en ponerme cada
calcetín, no podía retrasar el encuentro hasta las tres de la tarde. Si no
bajaba a almorzar, ella se enojaría, y no quería enojarla. Era mi esposa, y la
amaba, simplemente no quería ni verla en ese instante.
Y una duda me asaltó: ¿Cómo podía amarla si no quería ni
verla? Si la amara, nunca sentiría eso…
Volví a tener ganas de golpear mi reflejo.
-Estaba pensando hacer un quiche, ¿qué opinas?
Me encontraba en el living de mi casa, cambiando los
canales, buscando algo que me distrajera de mis pensamientos. Addie me había
preguntado eso desde el umbral de la puerta que llevaba a la cocina.
Honestamente, no me interesaba si comíamos piedras, pero sabía que no era lo
que debía sentir.
-Si tienes ganas de hacerlo, claro –contesté, con una
forzadísima sonrisa, que, al parecer, ella tomó como una natural-. Siempre que
esté listo antes de las dos y cuarto, para alcanzar a comerlo e irme al
estudio.
Se sonrió, viendo la hora en el reloj de pared que había en
el living.
-Sí, creo que será posible, recién es la una.
-Excelente…
Addie se fue, justo antes que mi falsa sonrisa flaqueara.
Convencido que la televisión no ayudaría a evitar quedarme
atrapado en pensamientos y sentimientos que no comprendía, me paré del sillón y
me devolví al sótano, pensando en llevarme la ropa que había quedado de la
mañana y en ordenar un poco. Sí, eso me mantendría ocupado.
Por desgracia, lo único que había quedado abajo, había sido
mi chaqueta. Supuse que Addie se había llevado su ropa y lo que hubiese quedado
de la mía (no recordaba si había salido con pantalones o no). Y el sótano, como
de costumbre, estaba ordenado. De hecho, ni siquiera estaba la botella de
cerveza que había bajado la noche anterior (volví a asumir que fue Addie). Así
que, sin otra opción, tomé mi chaqueta, para llevarla de vuelta al colgador.
Sin embargo, al tomarla, la tomé mal, causando que quedara
bocabajo al levantarla. Según yo, no había nada en mis bolsillos, así que no me
importó… Pero estaba equivocado: Había algo, y, definitivamente, no era mío… Me
agaché a recogerlo, para luego mirarlo, fijamente, incrédulo.
¿Cómo había llegado un rollo de fotos de Sarah a mi
bolsillo?
Con el pulso acelerado, y la mente en blanco, saqué mi
celular del bolsillo y marqué el número de Sarah.
-Deje su mensaje en
el buzón de voz.
De no haber sido por la voz de esa grabación, nunca me
habría dado cuenta que la estaba llamando, y mucho menos habría atinado a
cortar el teléfono antes de que sonara el tono. No quería dejarle un mensaje.
Ni siquiera había querido llamarla. ¿Por qué lo había hecho? Es decir, de
acuerdo, el rollo era de ella, y lo normal sería llamarla… ¿Pero por qué lo
había hecho de un modo tan inconsciente, tan desesperado? Era como si necesitara hablar con ella…
Me regañé, por idiota. Estaba pensando cosas que no eran.
Era un simple ataque de paranoia. Por Sarah no sentía nada que no superara una
amistad, el beso de la noche anterior había sido un momento de debilidad. Mi
cerebro era lo suficientemente idiota como para creer que estaba volviendo a
enamorarme de ella, y por eso sentía rechazo hacia Addie. Bastaba con que me
alejara de Sarah un poco, y todo se pasaría. Sí, eso haría. No la llamaría por
el rollo, no debía ser importante, si no me habría llamado antes para
pedírmelo, o no me habría pedido que se lo guardara…
Fue entonces que me di cuenta que no recordaba haber
guardado ese rollo en mi bolsillo en ningún momento. ¿Cómo es que había llegado
al interior de mi chaqueta?
Estuve un buen rato intentando recordar el momento exacto en
que tomé el rollo y lo guardé, pero no lo logré. Aparentemente, el cómo había
llegado era una pregunta cuya respuesta no sabría en un buen tiempo, si es que
llegaba a saberlo alguna vez…
¿Y si Sarah había…?
Interrumpí mi pensamiento antes de formularlo. Pensar en
ella no me traería ningún bien, y lo sabía. Debía concentrarme en lo que tenía,
en mi esposa, mis hijos, mis amigos, mi trabajo… Mi vida era perfecta, tenía
todo lo que necesitaba y más, ¿para qué pensar en llegar a considerar mandar
todo a la mierda, por algo que nunca llegaría a ser lo que quiero que sea?
Y, dolorosamente, concluí que lo mejor era olvidar que el
día anterior había existido. Que lo mejor era olvidar que había hablado con
Sarah, que la había visto. Que lo mejor era pensar que ese beso había sido una
simple fantasía, o, mejor aún, que era un recuerdo viejo que había salido a la
luz, y que sería muy fácil de volver a enterrar. Que lo mejor era no pensar en
lo que pudo haber sido, y simplemente dejarme arrastrar por la vida que ya tenía.
Así que, por mi bien, dejé el rollo de fotos sobre el
mueble de los discos, metí el celular bien en el fondo del bolsillo de mi
pantalón, tomé la chaqueta y volví al primer piso. Colgué la chaqueta en el perchero
de la entrada y volví a sentarme frente al televisor, esta vez dispuesto a
distraerme en la primera basura con la que me encontrara al prender el aparato.
Al igual que por la mañana, andaba en piloto automático.
Sí, hablé con mi esposa durante el almuerzo, y la traté como siempre la
trataba, pero sabía que ese comportamiento no era lo que quería hacer, si no lo
que debía. Pero me esforcé en creer
que era lo que quería, y creo que, para la hora en la que me fui el estudio, lo
creía de verdad, ya que hasta logré despedirme con un beso de mi esposa. Y para
cuando estaba en el estudio, ya ni siquiera pensaba en el día anterior,
simplemente me concentré en tocar un par de ideas que tenía en mente. Nada
relacionado con la canción que había escrito el día anterior, claro está…
Y he aquí el momento en que todo mi esfuerzo se fue a la
mierda.
A Mike se le ocurrió que hiciéramos un cover de Another state of mind, y, obviamente, mi
mente no tardó mucho en desviarse a Sarah. Es decir… Estoy en otro estado, otro estado mental. Pero logré pensar en
otras cosas… El problema vino cuando, a mitad de la canción, mi celular sonó.
-Billie, ¿cuánto te cuesta dejarlo en silencio? –me regañó
Mike, cuando paré de tocar al sentir cómo el aparato vibraba en mi pantalón, al
tiempo que sonaba.
-Lo siento, me olvidé que lo tenía. –Eso era verdad.- Deja
ver quién es, para ver si vale la pena contestar o no.
Así que saqué el celular de mi bolsillo…
Me llevé la sorpresa de mi vida al ver que en la pantalla
decía, claramente, “Sarah”.
-¿Vas a contestar? –me preguntó Tré, desde la batería-
Tengo ganas de terminar la canción.
¿Qué hacía? ¿Contestaba o no?
Convenciéndome que contestar no estaba mal, ya que era ella
quien me buscaba a mí, y no al revés, asentí.
-Vuelvo enseguida.
Así que salí de la cabina, al contestando la llamada al fin,
dirigiéndome al otro lado de la habitación.
-¿Aló?
Un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar su pregunta. Recordé
la letra de la canción que acabábamos de interrumpir… Su voz envía escalofríos por mi espalda… No sabía si encontrar la
situación irónica o, simplemente, cruel.
-Hola, Sarah –saludé, en un tono de voz que intenté saliera
natural, y, por suerte, así fue-. ¿Qué te trae por estos medios?
Se rió, de un modo un tanto nervioso… Cosa que me relajó
bastante: No era el único que se sentía incómodo, y eso era bueno, porque…
Bueno, por algún motivo.
-Nada muy urgente, sólo que noté que me faltaba un rollo de
fotos que debo revelar para el jueves que viene…
-¿Y eso no es muy urgente? Dios, ¿cómo no te han despedido?
–ironicé.
Volvió a reír, y, nuevamente, volví a sentir cómo mi
espalda se estremecía por un escalofrío.
-No es urgente porque es para el próximo jueves. Si fuera
este, estaría en medio de una crisis, en especial porque no me hallo en la
ciudad.
¿No estaba en la ciudad?
-¿Cómo que no estás en San Francisco? ¿Visitas a Nadia?
-De hecho, andas cerca. Tengo un trabajo por esos lados,
así que aprovecho de pasar a verla. Debería estar de vuelta en California el
lunes…
-¿Y ese sería el día en que debería pasarte el rollo que
encontré en mi chaqueta? –completé
Soltó una única carcajada.
-¿Con que ahí estaba? Sí, ese sería el día… Si es que
puedes, claro.
-Claro que puedo, no tengo planeados los ensayos de esa
semana aún… Podría hacerme un espacio en la mañana, como ayer, ¿te parece?
Me regañé por mencionar el día anterior, el día que me
había prometido olvidar… Pero a ella no pareció importarle que mencionara aquel
día tan maravilloso y terrible a la vez, ya que su voz sonó normal al decir:
-Me parece. Nos vemos allá, entonces.
-Nos vemos, adiós.
Y colgamos… Y me quedé un poco más donde estaba, asimilando
la conversación.
Habíamos hablado de un modo totalmente normal… Ninguno
había mencionado el beso del día anterior, y ninguno había demostrado su
incomodidad de un modo obvio. Había sido una simple conversación entre amigos.
Y más importantemente: Nos veríamos el lunes. Lunes… Sólo siete días más…
Por una vez, me permití disfrutar la sensación de ansias,
y, aún sin ser capaz de ignorar esto, me devolví a la cabina, donde me encontré
con Mike y Tré, ambos mirándome extrañados.
-¿Addie te prometió siete horas de sexo desenfrenado?
–preguntó Tré, apenas cerré la puerta tras de mí.
-No, ¿por qué? –respondí y pregunté, volviendo a colgarme
la guitarra.
-Porque estás sonriendo como si así hubiese sido… Igual que
ayer cuando llegaste.
Tardé en darme cuenta que los músculos de mi rostro estaban
tensados en una sonrisa. Pero no tardé casi nada en disolverla y poner una
expresión neutra, tirando a sorprendida.
-¿Por qué les extraña tanto que ande feliz?
-No nos extraña que estés feliz, nos extraña que sea tan
evidente –se explicó Mike-. Dios, me gustaría creer que ayer me dijiste la
verdad, pero…
Alcé una ceja.
-¿Qué verdad?
El bajista puso los ojos en blanco.
-Ayer me dijiste que no te habías encontrado con Sarah…
Pero todo apunta a lo contrario…
Fingí exasperación.
-¿Todo qué? Lo único diferente es que ando feliz,
aparentemente sin razón. Pero sí tengo motivos: Tengo todo para ser feliz. ¿Por
qué está tan mal que lo demuestre?
Tré suspiró.
-No decimos que esté mal, sólo que nos extraña. Ya, dejemos
de discutir por estupideces y toquemos, por
favor –masculló.
Y apenas Mike se dirigió al amplificador, dándonos la
espalda, el baterista me lanzó una mirada de reproche. Fue entonces que recordé
que el día anterior (¿Realmente había sido recién el día anterior?) se me había
salido que me estaba acercando a cometer una estupidez, y con eso logré suponer
que Tré pensaba que la había hecho… Y lo peor es que, de ser así, mi amigo
tenía razón. No debí haber besado a Sarah, supuestamente la había acompañado
como un amigo, nada más, había sido un error garrafal…
Pero ella me había tratado de la forma más normal posible
hoy por teléfono, me había tratado como si nada hubiese pasado. Era como si no
le hubiese importado nuestro beso, ni nuestra conversación, como si para ella
hubiera sido algo totalmente irrelevante. Como si saber toda la verdad no
cambiaba su perspectiva de nuestra vida en lo absoluto.
Me sentí deprimido de la nada. Y me permití admitir que, un
lado de mí, creía que bastaría con explicarle el lío de las cartas para que
ella se devolviera a mis brazos. Idiota de mí, ¿no? Era obvio que ya no me
amaba, y que nunca volvería a hacerlo. Y eso estaba bien, porque yo tampoco la
amaba… ¿Cierto?
-Billie, ¿qué es eso que tocas?
Fue esa pregunta de Mike lo que me devolvió a la realidad,
bruscamente, permitiéndome notar que estaba tocando la canción que había
compuesto la noche anterior. Me detuve.
-Ah, algo que hice anoche… No me gusta mucho que digamos.
Mentira.
-¿Tócala bien? Me agrada como suena –pidió.
Rogando que no se pusiera a sobre-analizar la letra, hice
lo que me pidió. Por suerte, ninguno de los dos hizo ningún comentario,
simplemente me pidieron que les enseñara sus partes (ya que, de algún modo,
supieron que ya tenía todo listo en mi cabeza), y luego pasamos a tocar otras
cosas, básicamente covers. Creo que ninguno de ellos quería asimilar que esa
era la primera canción completa, y que, oficialmente, nos encontrábamos en
proceso de un nuevo disco. Lo que era yo, prefería ignorar la existencia de esa
canción, porque sólo me ayudaría a recordar el beso con Sarah, y eso no era
bueno.
En fin, a las seis dimos la sesión por finalizada, y cada
uno se devolvió a su hogar. Y fue a partir del instante en que me bajé del auto
que comencé a poner en práctica el plan de ignorar la existencia del día
anterior.
Con eso logré que el resto de la semana transcurriera
apaciblemente. Para el domingo, ya ni siquiera pensaba en el beso con Sarah
como un hecho importante, si no que me encontraba pensando en letras, en
melodías, en posibles arreglos. No había olvidado que debía juntarme con Sarah
al día siguiente, pero no lo consideraba como algo importante. Simplemente iría
a San Francisco, le pasaría su rollo de fotos y me devolvería a Oakland. Nada
más.
-Papá, te llama la abuelita.
Era la noche del domingo, y me encontraba en mi sótano,
tocando acordes al azar en la guitarra. Quien había bajado con el teléfono era
Jakob, quien ahora corría hacia mí, con el inalámbrico extendido hacia mi persona.
Dejé la guitarra de lado y se lo recibí.
-Gracias, Jake. Dile a la mamá que no tardo en subir.
-Bueno –accedió mi hijo, tras lo que me dedicó una sonrisa,
que noté un tanto forzada, y se devolvió al primer piso. Decidido a preguntarle
qué le pasaba cuando cenáramos, contesté:
-¿Aló?
-Hola, hijo. Supongo que recuerdas qué día es mañana… -¿No
era Lunes? Creo que mi silencio le confirmó a mi madre que no sabía de qué
hablaba, ya que no tardó en decir:- ¿Diez de septiembre?
Debía ser una broma. ¿Había quedado de juntarme con Sarah la
misma mañana en que debía acompañar a mi madre al cementerio?
-¡Ah, sí! Me perdí con los días. –Eso era verdad.- ¿Puedes
en la tarde mejor?
Que diga que sí, que diga que sí…
-No, lo siento, sólo puedo en la mañana… Mira, si quieres,
voy con Anna…
Obviamente, mi madre no sonaba para nada convencida. Y, con
el dolor de mi alma, le dije:
-Está bien, paso por ti después de ir a dejar a los niños
al colegio, como a las ocho y media, ¿te sirve?
Corta pausa.
-Sí, me sirve. Nos vemos entonces.
-Sí, nos vemos…
Mi voz salió bastante alicaída, pero mi madre no me dijo
nada… Lo que fue un alivio, ya que la verdad no estaba seguro el porqué me
sentía tan mal. No podía ser porque, probablemente, debería cancelar con Sarah,
no… Debía ser por el hecho que ya iban 25 años de la muerte de mi padre… Sí,
eso debía ser.
¿Veinticinco años? ¿Era eso posible? ¿Era posible que
hubieran pasado tantos años? Es decir… ¡¿Cómo pudo haber pasado ya un cuarto de
siglo desde que mi padre se fue?!
Tras un par de minutos asimilando la súbita melancolía,
guardé bien la guitarra, tomé el inalámbrico y subí al primer piso, para
guardar el teléfono.
-Justo te iba a buscar –comentó Addie, acercándoseme-. Hora
de cenar.
Asentí, y la seguí al comedor, intentando no demostrar lo
triste que me sentía… Pero ella igual se dio cuenta que algo andaba mal, porque
así de bien me conocía.
-¿Estás bien? –me preguntó, tomándome de la mano,
deteniéndome antes que llegara a sentarme, aprovechando que los niños aún no
llegaban al comedor- Te noto apagado.
Sonreí.
-Debe ser porque mañana estamos a diez –contesté.
Y sentí el mismo cosquilleo que sentía cada vez que mentía.
No entendía. Eso era lo que me tenía triste, nada más. Pero esto es algo que
Addie no supo, ya que se limitó a sonreírme y darme un suave beso. Le devolví
la sonrisa y le solté la mano, delicadamente, para sentarme en mi lugar, casi
al mismo tiempo que mis hijos entraban al comedor.
-¿Qué hay de cenar? –preguntó Joey, al tiempo que Jake se
sentaba a su lado.
-Como es domingo, les hice papas fritas, para que no anden
de malas mañana –contestó Adrienne, yéndose a la cocina en busca de la comida.
Joey soltó una exclamación de felicidad, pero la reacción
de Jake fue muchísimo más apagada. Lo miré, preocupado.
-Jake, ¿te pasa algo?
Negó, cabizbajo.
-Me duele la cabeza –susurró.
Addie justo volvió al comedor, con la gran fuente de papas
en sus manos. Miró con preocupación a nuestro hijo menor.
-¿Todavía te duele? Me dijiste que se te había quitado.
Jakob torció sus labios en una pequeña sonrisa, con una
expresión de culpa en sus ojos.
-Es que si te decía la verdad, no hacías papas fritas, y
Joey se iba a enojar.
Joey revoleó los ojos.
-No me enojaría por una estupidez como esa…
Addie suspiró.
-Ya, si mañana te sigue, vamos al doctor en la tarde, ¿ok?
-Sí, mamá.
El resto de la cena transcurrió tranquilamente, al tiempo
que yo intentaba no divagar en el verdadero porqué de mi tristeza. Y, para la
hora a la que me dispuse a dormir, ya había llegado (de un modo lento y
doloroso) a la conclusión que se debía a que mi reunión con Sarah se retrasaría,
si es que llegaba a llevarse a cabo… Me regañé. Claro que se llevaría a cabo,
me había comprometido a pasarle el rollo de fotos. Simplemente llegaría un poco
más tarde, tan poco que no valía la pena avisarle. No la llamaría… No me
comunicaría con ella… No pensaría en comunicarme con ella… Mejor dicho, no
pensaría en ella…
Abrí los ojos. Addie dormía profundamente a mi lado. Del
modo más silencioso posible, estiré mi brazo y tomé el celular del velador.
Creo que llegaré un
poco más tarde. Nos vemos. Billie.
Mandé el bendito mensaje de texto y volví a dejar el
teléfono sobre el velador. Con un repentino e inexplicable alivio, me metí bien
en la cama, y me dormí.
A la mañana siguiente, desperté con el sonido del
despertador. Lo apagué y, sin saber muy bien el porqué, tomé el celular de
inmediato. No había nada nuevo en su pantalla, ¿por qué lo había revisado tan
ansiosamente?
De golpe, recordé el mensaje que había enviado. Me maldije
mentalmente por ser tan impulsivo… Para luego regañarme por la tristeza que
sentí al asimilar que ella no me
había contestado. Era obvio que juntarse conmigo no era una prioridad para
ella, de hecho, era probable que no le importara mi persona. De no ser por ese
rollo, nunca más habría oído de ella… Y era probable que nunca más supiera de
ella a partir de esa tarde.
Deja de pensar
estupideces. Estás casado y tienes dos hijos. Tu vida es perfecta. Todo está
bien así. No hace falta que hagas ninguna estupidez para que todo ande bien.
Fue gracias a ese pensamiento que logré salir de la cama y
dirigirme al baño, donde me duché. No fui capaz de afeitarme, claro, pero pude
levantarme normalmente, y, al hacer el desayuno, lo hice de la forma más normal
del mundo. Ninguno de mis hijos notó algo extraño en mí, y ninguno me preguntó
el porqué los dejé tan temprano en el colegio… Aunque lo más probable es que
fuese porque ninguno de los dos se molestó en ver la hora al bajarse del auto.
-Tengan un buen día… Y Jake, si te sigue doliendo mucho la
cabeza, vas a la enfermería –les dije al despedirme.
Alguna afirmación me dijo, junto a otra forzada sonrisa de
su parte… Pero no le pude poner atención. De verdad que no. Mis pensamientos se
habían desviado a mi celular, que vibraba en mi bolsillo.
Por suerte mis hijos no alcanzaron a ver mi cara de
decepción al ver que lo que hacía que el aparato vibrara no era una llamada de
Sarah, sino que de mi madre.
-¿Aló? –contesté, en un intento de tono normal de voz.
-Hola, Billie… ¿En cuánto rato estás acá?
Suspiré.
-¿Media hora? Quizás menos.
Breve pausa.
-¿Estás bien? Suenas… No sé, preocupado por algo.
¿Y ella desde cuándo notaba estas cosas?
-No, nada, sólo tengo sueño y… Bueno, diez de septiembre,
creo que tú me entiendes.
No fui capaz de convencerme a mí mismo, pero,
aparentemente, logré convencerla a ella, ya que no me hizo ninguna pregunta y
me pidió que me apurara, para luego colgar.
Fue así que, alrededor de treinta minutos después, me
encontré fuera de la casa de mi madre. Bastó con que tocara la bocina una vez
para que ella saliera y se dirigiera hacia mí.
-Hola, mamá –la saludé, recibiendo el beso que plantaba en
mi mejilla-. ¿Cómo están las cosas?
Cerró la puerta del copiloto y se pasó el cinturón.
-Todo bien, hemos avanzado en la remodelación del segundo
piso –contestó, mirándome fijamente-. ¿Cómo va todo en tu casa?
Gracias a esa pregunta, supe que no la había convencido de
que estaba bien por el teléfono.
-Bien… Digo, Jakob anda con unas jaquecas terribles, pero,
sin contar eso, todo anda bien…
Tardé en notar lo relajado que sonaba. ¿Qué clase de padre
no se preocupaba más por el dolor de su hijo? Dios, realmente era una mierda de
persona.
Y recién ahí me di cuenta que eso era lo que me molestaba:
El hecho de ser tan mala persona. El hecho de tener la vida perfecta y
despreciarla, el hecho de tener todo lo que necesitaba y estar dispuesto a
mandarlo a la mierda por un simple beso. Y, por sobre todas las cosas, el hecho
de ser incapaz de no ser así, el hecho de ser incapaz de no pensar en ella.
-¿Vas a comprar flores?
… ¿En qué momento habíamos llegado al cementerio? ¿Y en qué
momento habíamos bajado del auto?
-Claro, ¿para qué romper la tradición? –respondí,
intentando despabilarme, sacando la billetera- ¿Quieres llevar también? Yo
invito.
Mi madre revoleó los ojos.
-Sólo porque seas mi hijo famoso y millonario, no quiere
decir que te vaya a pedir que me pagues todo.
Era la misma discusión de todos los años. Y siempre la
resolvía de la misma manera:
-Técnicamente, no me lo estarías pidiendo… -Y eché a correr
hacia la pequeña florería del cementerio, donde compré los dos arreglos, para
luego dirigirme a la tumba de mi padre, donde, sabía, encontraría a mamá…
Y así fue. Le pasé su arreglo y dejé el mío junto la
lápida, para luego sentarme y observar, distraídamente, al resto del
cementerio, mientras mi madre “conversaba” con la lápida, como de costumbre…
Y el pesar de ser malo
volvió, más rápidamente de lo esperado. Me mordí el labio inferior.
El día anterior había conseguido admitir que lo que me
tenía mal era acortar o retrasar la visita a Sarah. Y eso no era algo malo,
estaba bien que la visita se acortara, ya que, de alargarse, mi matrimonio
peligraría bastante… Y si lo que estaba bien era no juntarme con Sarah, y lo
que estaba mal era ansiar verla, ¿por qué yo me sentía como la mierda por no
poder verla? ¿Por qué mi interior quería ser malo?
-¿Por qué soy así, papá?
Me quedé perplejo por varios instantes. Nunca, en toda mi
vida, le había hablado directamente a la tumba, sin contar las veces que le
decía “adiós”. Miré a mi derecha y noté, con alivio, como mi madre no estaba.
Probablemente había ido a visitar a alguien más, qué se yo. Y, sin darme cuenta
muy bien del cómo, dejé todo salir:
-¿Por qué soy así? ¿Por qué miento tanto? ¿Por qué soy incapaz
de cumplir las expectativas de todos? Por qué, ¿por qué hay un lado de mí que
quiere cagar a su matrimonio?
¿Para qué le hablaba? ¿Acaso esperaba la absolución? ¿Acaso
esperaba perdón de la lápida, de un trozo de piedra?
¿Por qué sentía que defraudaba al mundo entero? ¿Por qué
sentía que defraudaba a mi padre? Defraudarlo a él, a mi padre, quien ni
siquiera alcanzó a conocer a Sarah… De hecho, si no hubiese muerto en 1982,
probablemente yo no habría llegado a conocerla, o quizás sí, pero no tanto.
-Billie, ¿estás bien? –preguntó una voz sobre mi cabeza.
Levanté la mirada, y me encontré con mi madre, quien volvía a mirarme
preocupada.
Forcé una sonrisa.
-Sí, estoy bien… ¿Vamos?
Y nos fuimos… Con un lado de mí más que temeroso respecto a
qué estupidez haría estando con Sarah esa mañana.
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