Rest One of these days Simple Twist of Fate I'm not tere Suffocate Rotting Suffocate? Dearly beloved Hold On Wake me up when September ends Good Riddance (Ridding of you) Cigarettes and Valentines
Prólogo

miércoles, marzo 02, 2011

Wake me up when September ends - Capítulo 15: Here we go again, INFATUATION.



Hay millones de combinaciones posibles con las cifras que forman el gran número de un celular… Y, de algún modo, Nadia se equivocaba y termino con el número de su hermana en mis manos. ¿Qué mierda?
-Ho… Hola, Billie –saludó ella, varios instantes después, recuperándose de la sorpresa antes que yo-. ¿Buscabas a Nadia?
Si la gente del café en el que estaba se había extrañado por mis risas súbitas, ahora debían extrañarse por verme pálido y lívido. Pero no, ese era el yo-pasado, el que había estado enamorado de Sarah desde los quince años… El yo-actual simplemente se había sorprendido porque no me esperaba este giro en la “trama” que llamaba vida. Era sólo una persona más, no debía afectarme de esta manera.
-Sí, me la encontré el otro día, ordenando donde mi madre. Me dijo que la llamara si encontraba tus negativos que tan bien escondiste, y…
-… Y la llamabas para decirle que no los encontraste –concluyó.
Solté una risa.

-Lo siento, Sarah, pero la llamaba para decirle que sí los encontré. –Pese a no verla, sabía que miraba sorprendida al teléfono.- Buen escondite, si no le hubieras dicho a Nadia que estaban en tu lugar favorito, nunca los habría encontrado.
Escuché cómo suspiraba.
-Mala idea, ¿no? En fin, el número de Nadia es el mismo que el mío, pero termina en un siete, no un nueve, creo que por eso se equivocó –murmuró, en un tono de voz que dejaba más que claro que intentaba convencerse a ella tanto como a mí-. Así que… Dejo de gastar tu tiempo.
¿Iba a colgarme? Así parecía…
-¡Espera! –La detuve.- Ella quería pasártelos a ti. ¿Por qué no nos ahorramos el intermediario y te paso yo los negativos y tu vieja cámara?
Supe que ella estaba evaluando las opciones que tenía. Ella amaba su vieja cámara, y sabía que, pese a que ahora debería tener cámaras mucho mejores, a ella le gustaría tenerla.
-¿De verdad tienes tiempo para venir a San Francisco?
Con que ahí estaba viviendo.
-Sí, la verdad que mucho no estamos haciendo. ¿Qué me dices? ¿Voy a tu casa a dejarte las cosas y nos ponemos al día de una buena vez?
Hubo un silencio y luego…:
-De acuerdo. ¿Tienes un lápiz para anotar la dirección?

-Te ves feliz. –comentaba Joey, un buen rato después, ya fuera del laser tag. Lo miré, sin entender a qué se refería.- No me preguntes el porqué lo digo, pero te ves más feliz que cuando llegamos.
Tan perceptivo que era mi hijo, de verdad.
-Eso es porque pasé un buen día con ustedes –respondí, honestamente, ya que creía que era eso lo que me tenía feliz. ¿Qué más iba a ser?
-Papá, ¿qué llevas ahí? –me preguntó Jake.
Mierda. ¿Cómo les explicaba las fotos? Me regañé: Eran fotos de mi adolescencia, de mi pasado, de algo que ya no existía, daba igual que las vieran. Sí, estaba con Sarah en alguna de las fotos, pero no por eso mis hijos iban a pensar que no amaba a Adrienne. Así que decidí decir la verdad:
-Son unas fotos viejas. Encontré los negativos cuando fui donde mi madre y recién hoy me las entregaron reveladas.
-¿Qué tan viejas son?
-¿Las podemos ver?
Lo pensé un poco.
-Son de entre la navidad de 1988 y los principios de 1990 –contesté-. Y sí, pueden verlas. Pero tengan en cuenta que en ese entonces yo aún no conocía a su madre y tenía otra novia, quien fue quien tomó casi todas las fotos, ¿ok? –Ambos niños asintieron-. Ok. En el auto se las paso.
Así que, tras comprar una pizza para llevar a la casa para la cena, nos fuimos al estacionamiento. Los dos se subieron al asiento trasero, y, tras dejar la pizza en el asiento del copiloto, les pasé la bolsa con las fotos.
-Por favor, déjenlas en el orden que están –les pedí-. Están por orden de año, y creo que son muchas como para ordenarlas de nuevo.
Mis hijos accedieron a esto al unísono, y comenzaron a verlas, al tiempo que yo encendía el motor y partíamos a casa.
-¿Papá? –preguntó Joey, un buen rato después- ¿Por qué ella se parece mucho a la ex esposa del tío Mike?
Ese era un pequeño detalle que no había tenido en cuenta.
-Porque es ella –respondí, tras contener un nuevo impulso que me decía que mintiera-. Verán, mi madre se casó con su padre, y Sarah y yo nos enamoramos y tuvimos algo hasta que su padre se la llevó a Ecuador en el ’90. Luego Mike y ella se reencontraron y, y ellos se enamoraron y se casaron.
Joey y Jake intercambiaron una mirada.
-¿No fue raro? –preguntó Joey.
Ahora tuve un impulso de sinceridad bruta, que quería responder “sí, mucho, y muy doloroso también”, pero preferí mentir esta vez:
-No, eso ya era pasado, tanto para mí como para ella. Yo amo a su madre más que a nadie, así que…
Dejé la oración ahí, porque volví a sentir la punzada de culpa que había logrado ignorar con el pasar de los años. ¿Qué mierda me pasaba? Luego recordé que era septiembre, y que siempre me ponía raro en ese mes del año… Y, casi de inmediato, recordé que debía juntarme con Sarah el lunes por la mañana, después de llevar a los niños al colegio, y antes de juntarme con los chicos en el estudio, donde nos pondríamos a evaluar las pocas canciones que llevaba. La punzada de culpa volvió.
-Si estuviste con Sarah tanto tiempo, ¿cuándo estuviste con Joanne? –preguntó Joey, curioso, y con cara de estar sacando cuentas.
Me costó recordar que esa era la identidad falsa que le había dado a Jesus.
-Después y antes de Sarah, entre el ’87 y el ’88 –contesté. Maldije en mi mente al darme cuenta que me miraban extrañados-. Verán, con Sarah estuve una vez, terminamos y luego volvimos. Como con su madre: La conocí el ’90, tuvimos algo por unos varios meses, y recién el ’94 estuvimos juntos de nuevo. Esas cosas pasan a veces.
-¿Nos cuentas cómo conociste a mamá? –preguntó Jake.
Esa historia era larga, por lo que se las conté camino a casa (mientras ellos aún veían las fotos) y durante la cena, donde tuve un cuidado gigantesco en no mencionar que a veces pensaba en Sarah, en omitir que me la había encontrado después de casarnos y todo. Ya saben, dejando la historia apta para un niño de doce años y uno de ocho. Tras cenar, se quedaron un rato jugando videojuegos en el mismo living, dejándonos a mí y a Addie a solas en la cocina.
-Menos mal les subiste el ánimo –comentó ella, abrazándome por la espalda cuando yo lavaba la loza-. Así no se enojarán tanto cuando los mande a acostarse temprano.
-Sueña, igual se enojarán. –Me volteé y le di un beso en los labios.- ¿Qué hiciste hoy?
-No mucho, tejí un poco escuchando a The Replacements… -Ambos nos sonreímos al recordar que ella nunca los había escuchado hasta conocerme, pese a ser de Minnesota.- Luego escuché a The Beatles.
-Hmm, ¿así que nada de Rolling Stones?
-No… -Con una sonrisa, me dio otro beso.- ¿Qué hicieron después del cine, que terminaron por hablar de nosotros?
Bien, Armstrong, hora de la verdad.
-El otro día encontré unos negativos viejos. Como no tengo fotos de mi adolescencia, los mandé a revelar, y los niños se pusieron a verlos. Me preguntaron por Sarah, por Jesus y, finalmente, por ti.
Me miró asustada.
-¿Les contaste de Jesus?
-Algo así… Si llegan a preguntarte, se llama Joanne –contesté, con un tono de disculpa en la voz-. Si tampoco los expongo tanto.
-Claro, a ti no te tocó distraerlos durante Hitchin a ride toda la gira anterior –ironizó ella. Me sonrosé, ante lo que ella volvió a besarme-. ¿Podré ver esas fotos?
Oh, oh.
-Siempre que prometas no ponerte celosa. Recuerda que estaba con Sarah en ese tiempo, y que ella tomó casi todas las fotos –le advertí, concentrándome en que no sintiera el miedo que yo sentía. ¿Y si se daba cuenta que las miradas mías hacia Sarah en algunas de las fotos eran del más puro de los amores?
-Lo prometo –susurró ella, rozando mis labios.
Así que me separé de ella y le pasé la bolsa de fotos.
-Por favor, no las desordenes, que, milagrosamente, los de la tienda las dejaron en orden de año –pedí.
Riendo, ella asintió y se sentó ante la mesada de la cocina, mientras yo terminaba de lavar, secar y guardar la loza. Por ridículo que suene, me gustaba hacer cosas tan cotidianas y (para algunos) tediosas como esa, de verdad.
-¿Sabes? Te ves diferente –comentó Addie, un rato después, cuando yo ya había guardado todo en su lugar y consideraba limpiar la cocina… No la habitación, el electrodoméstico. Alzando una ceja, me volteé hacia ella: Habían pasado diecisiete años desde la última foto, por lo que era obvio que me veía diferente. Entendiendo mi mirada, añadió:- No me refiero a los cambios obvios por la edad… Me refiero a la mirada. A tu expresión. A todo eso que es más psicológico.
-¿Sí? –pregunté, pretendiendo que no tenía idea de qué hablaba, intentando ignorar lo mal que me sentía por ver lo feliz que era en ese tiempo- Me gusta más como me veo ahora.
Me paré detrás de ella, justo cuando se ponía a ver una foto en la que Sarah y yo dormíamos abrazados, tomada por Mike. Pese a no verle la cara, sabía que Addie estaba su tanto celosa y entristecida por verme tan feliz con Sarah. Fingiendo una sonrisa (no le encontraba nada alegre a la situación), le besé el cuello, causando que sus labios se curvaran en una sonrisa.
-Te amo –le susurré al oído-. Eso ya está en el pasado, y lo sabes.
-Lo sé –susurró ella, tras lo que me acarició el rostro con su mano-. Te amo.
Hice que se girara en su asiento para que quedara frente a mí, permitiéndome darle un suave beso en los labios.
-¿Qué te parece si mandamos a los niños a dormir, y luego nos vamos a la pieza? –le pregunté, mirándola fijamente, con una sonrisa maliciosa en mi rostro. Se sonrosó- ¿Sí?
-Yo los acuesto, tú espérame en la pieza –respondió, rozando mis labios al hablar, tras lo que me besó, intensamente. Tras dedicarle una sonrisa, la dejé pararse.
Y apenas la escuché hablar con los chicos en el living, solté un profundo suspiro. Por algún motivo, me sentía culpable… De nuevo. Como si mintiera. Y no estaba mintiendo. De verdad que no…
O quizás sí. En realidad, ni siquiera me sentía con muchas ganas de tener relaciones con Adrienne ese día… Simplemente quería demostrarle que no pensaba en Sarah. ¿Por qué mierda sentía tanta necesidad de esto?
¿Por qué ya no sonreía como cuando estaba en la cafetería?


Lunes. Veinte para las siete. Hora de levantar a los niños. Apagué el despertador y me restregué los ojos.
-¿Seguro que quieres ir tú? –me preguntó Addie, media dormida- No me molesta levantarme…
Esa era una mentira… Y no tienen idea lo mucho que deseaba que fuera más grande, para no sentirme culpable con la mentira que diría a continuación.
-Seguro, si igual tengo que ir al estudio temprano hoy.
Sí, esa era la mentira: No tenía que ir al estudio temprano. Ese era el día en que me juntaría con Sarah a pasarle los negativos, y recién después de mediodía me juntaría con los chicos, a ver las canciones que llevaba, algo bastante corto.
-¿A qué hora vuelves? –me preguntó, más adormilada que antes.
-No lo sé. Quizás alcance a llegar a almorzar –contesté-. O quizás nos inspiramos y llego muy tarde. –Le di un corto beso en los labios.- Ya, me levantaré.
Tras hacer la rutina de todas las mañanas en el baño y vestirme, fui a despertar a Joey y a Jake para que se levantaran, tras lo que bajé a hacer el desayuno.
-No quiero ir a clases –se quejaba Joey, entrando a la cocina.
-Qué raro, yo tampoco. –me burlé yo, causando que me mirara molesto. Le sonreí:- Si no es tan terrible, piensa que con cada año te falta menos para terminar
No eran ni las ocho de la mañana, y ya había dicho dos mentiras. ¿Con qué cara le decía a mi hijo que el colegio no era tan terrible? Dios, a mí me habían expulsado porque ni siquiera me importaba lo suficiente como para hacer un trato con el director. ¡Ni siquiera estaba en clases! Después de Jesus, el escaparme de clases se había convertido en una mala costumbre, a la que incluso Sarah cayó, al menos un par de veces.
Sarah… La vería… Por primera vez, me puse a considerar lo extraña que sería la situación. ¿Qué trato debía tener con mi ex novia, ahora ex esposa de mi mejor amigo? ¿Debería tratarla como si apenas la conociera, o como una amiga de toda la vida?
-Papá, ¿en qué piensas? –me preguntó Jake, devolviéndome a la realidad. ¿En qué momento había bajado?
-En las canciones que les mostraré hoy al tío Mike y al tío Tré. –Tercera mentira.- Ya, apúrense, que llegaremos tarde.
… Creo que eso igual era una mentira.
En fin, un rato después (en el que quisiera decir que no mentí, pero me temo que no estoy seguro que eso sea verdad), los fui a dejar al colegio. Tras desearles que tuvieran un buen día y un buen año escolar, me fui, en dirección a la gasolinera más cercana. Llené el tanque y, tras comprar un café (aún tenía sueño), partí hacia San Francisco.
Alrededor de una hora después, me encontraba en la ciudad. Hacía un buen tiempo que no iba, pero no me costó mucho llegar a la dirección de Sarah. Estacioné el auto en la calle, saqué la caja con negativos de la guantera y bajé. Activé la alarma y, a paso lento, caminé hasta el pórtico de Sarah. Eran casi las nueve, y habíamos quedado de juntarnos a esa hora, así que era bastante probable que me estuviese esperando. Respirando profundamente, subí la escalinata que me separaba de la puerta y, tras recordarme que era sólo un encuentro rápido con una vieja conocida o amiga o lo que fuese, toqué el timbre… Y antes de que pasaran treinta segundos, la puerta se abrió.
Al contrario de la última vez que la había visto en el Milton Keynes, Sarah llevaba el pelo corto, y, para mi sorpresa, pelirrojo. Noté que miraba mi rostro con sus brillantes ojos azules, pero no me importó: Yo hacía lo mismo con el suyo.
-¿Desde cuándo tan puntual? –preguntó ella, varios instantes después, rompiendo el silencio. Sonreí.
-Tras años de discusiones con Mike, Tré, mi esposa y el mundo, uno aprende a no hacer lo que los enoja tanto –contesté-. Me gusta tu pelo.
Torció una mueca.
-Tuve que cortármelo para un trabajo que tengo hoy… Mucho pelo para el gusto de mi agencia. Aunque me permitieron teñirlo para compensar.
Me hizo pasar hacia el interior y me señaló que fuera al living.
-¿Y qué trabajo debes hacer hoy? ¿Algo elegante? –pregunté, al tiempo que observaba la casa: Era muy Ella. Tenía fotografías enmarcadas, discos en un estante, libros en otro, sillones muy cómodos y, en la mesa de centro frente al sofá principal, un montón de lentes de cámaras.- Por favor, dime que no usarás todos esos hoy.
Soltó una risa, que causó que se me erizaran los pelos de la nuca. Mala señal.
-Es la boda del hijo del gobernador. Por lo que averigüé, el hijo no es para nada formal y no se parece en nada a su padre, así que será interesante. Debo tomar fotos en la recepción de la boda, así que no, sólo usaré un par de estos lentes. La verdad que es que estaba ordenando.
Me indicó un sofá en que sentarme. Acaté la orden y ella se sentó en el del frente. Sin saber muy bien de qué hablar, dije:
-Suena entretenido. –Alzó una ceja.- Digo… Puedes sacar champaña y comida, y divertirte un rato con la mala música de las bodas, sin preocuparte de dar una buena impresión o de saludar a parientes lejanos.
Se sonrió.
-En realidad, como voy sola, es bastante aburrido, y me baja la nostalgia –murmuró-. Ninguno de mis amigos puede acompañarme, sigo soltera, así que ningún novio a quien invitar… A las finales, hago mi trabajo lo más rápido posible y me devuelvo a mi casa a comer helado, ver películas y revelar fotos viejas.
No pude evitar sonreír también.
-Ver películas no está tan mal –comenté, causando que volviera a reír.
Me sorprendí por lo cómodo que era conversar con ella. Hablamos un montón acerca de su trabajo (motivo por el cual estaba en el primer concierto en el Milton Keynes), acerca de vivir en San Francisco, para luego hablar de mi trabajo y de los niños. Una sonrisa muy amplia y honesta curvó sus labios cuando le mostré la foto que llevaba de mis hijos en la billetera.
-Hablando de fotos… ¿Y los negativos? –me preguntó.
Sonriendo al notar que no quería sonar muy ansiosa ni nada, saqué la caja que había guardado en un bolsillo de la chaqueta de cuero que llevaba, chaqueta que ahora descansaba a mi lado en el sofá. Se la pasé.
-No te las revelé, porque creí que te gustaría hacerlo tú misma –comenté, al tiempo que ella abría la caja-. Si no están en buen estado, es culpa del lugar en el que estuvieron por diecisiete años.
Se sonrió, tomando el primer negativo y viéndolo a contraluz.
-Gracias. Están perfectos. –Los contempló por un rato, tras lo que preguntó:- ¿Qué les pasó a las fotos originales? ¿Las que tenía en mi pieza? Nadia dijo que no había nada.
Torcí una mueca.
-Impulso pirómano poco después que te fuiste –admití-. Supongo que Nadia no pudo traerte muchas cosas, lo siento por eso.
Abrió sus ojos desmesuradamente. Al igual que cada vez que alguien mencionaba el asunto, me sentí avergonzado.
-¿Quemaste todo? ¿Por qué?
Me encogí de hombros.
-Todo me recordaba a ti, y no podía aguantarlo –dije sin pensar. Pero no me arrepentí. Era pasado, y ambos lo sabíamos-. Pero no quemé todo. Aún tengo tu copia de “El guardián en el Centeno”… Ah, ¡y tú cámara!
Metí la mano en la chaqueta y saqué la máquina. Ella la tomó con una sonrisa.
-Tanto tiempo, Fink. –La miré, alzando una ceja.- ¿No recuerdas? Así le pusiste cuando me la regalaste porque…
-Porque era del porte de una rata y estaba obsesionado con los Misfits –completé, recordando de golpe. Me reí-. Creo que ese día estaba drogado.
-Sí, creo que sí… ¿No fue esa la navidad en la que no dormiste, si no que fumaste de todo con Mike?
Volví a reírme.
-Sí, creo que fue esa. Y luego pasamos por tu pieza, la de Nadia y la David despertándolos con villancicos. Lo mejor fue que Nick ya estaba despierto y se nos unió –recordé-. Creo que fue la única vez que te enojaste más porque estaba despierto que porque estaba drogado.
-Bueno, me despertaste muy temprano, las drogas pasaron a segundo plano –admitió, también riendo-. No puedo creer que Ollie no te haya dicho nada.
-Para entonces estaba demasiado feliz de que no me hubiesen expulsado aún y que ya no estuviera con Jesus, así que le daba igual lo que hiciera en la casa –expliqué, todavía con algo de risa-. Buenos tiempos, ¿no?
-Supongo que para ti serán mejor ahora –comentó, señalando mi alianza-. ¿Todo bien con Adrienne? Me caía bien…
El ambiente pasó de cálido y ameno, a ligeramente tenso. O así me pareció a mí, por lo menos.
-Sí, todo bien, como de costumbre. –No me contuve de preguntar:- ¿Cómo va tu vida amorosa?
Su turno de torcer una mueca.
-No mucho desde Mike. –Me miró, fijamente, y, rápidamente, añadió:- Lo siento mucho, ya que estamos.
Algo en su mirada me reveló que no había querido decirlo voluntariamente. Al igual que yo tampoco quise decir:
-Está bien, lo pasado es pasado; ambos eran felices juntos, se lo merecían.
Pero lo dije igual.
Nos quedamos mirando en silencio por unos momentos, tras lo que ella comenzó a revisar su cámara, lo que me recordó algo:
-Tiene un rollo nuevo, por si acaso. Los de la tienda se lo pusieron por error, yo no lo pagué… Aunque revelé tantas fotos, que nunca me quedó clara la boleta. –Esa fue otra mentira: Yo lo pedí, y pedí expresamente que fuera el mejor rollo que tuvieran.
Se sonrió, no sé si porque había detectado la mentira, o porque la había creído y le causaba gracia. Algo me decía que era la primera opción, y ella misma me lo confirmó:
-¿Cuándo te volviste tan mentiroso, Billie Joe?
Torcí una mueca.
-En algún momento de los noventa, para salvar mi matrimonio –admití-. Parece que contigo no me funciona.
Le dediqué una pequeña sonrisa, que ella devolvió.
-Mantén esa pose, ¿quieres?
Antes de procesar esa frase, Sarah tomó la vieja cámara y me tomó una foto. Apenas la dejó sobre la mesa, solté una risa.
-Había olvidado el significado de esa infame frase –comenté.
-Me di cuenta.
Se quedó en silencio, mirándome, y yo me quedé mirándola. No pude evitar tomar la cámara, de un modo que aparentaba ser distraído, para luego decir:
-Quédate así.
Al igual que yo, Sarah no procesó de inmediato, lo que me permitió tomarle una foto rápida.
-¿Y tú desde cuándo sabes usar mi cámara? –preguntó, fingiendo molestia, mas con una amplia sonrisa en su rostro.
-Tú me enseñaste…
-No… Intenté enseñarte, pero fuiste incapaz de tomar una sola foto.
-Ah… Bueno, no es tan difícil, es ajustar el lente, apretar el botón y girar la perilla –me justifiqué, causando que volviera a reír-. ¿Qué?
-¿Honestamente? No lo sé.
Ambos reímos. Esto era demasiado cómodo.
Continuamos conversando, de algún modo empezamos a hablar de películas
-No puedo creer que  seas músico y no hayas visto Trainspotting.
-Cuando salió estaba ocupado –me excusé, cruzado de brazos. Desvíe mi mirada hacia el reloj de pared: Mediodía-. ¡Mierda! Tengo que llegar al estudio.
No quería irme. De verdad que no. La estaba pasando bien, sin trabajar, sin hacer nada, simplemente conversando, de un modo extremadamente honesto, sin ninguna mentira de por medio.
-Entonces mejor te vas, que si no Mike se enojará mucho –farfulló.
Ella tampoco parecía muy feliz con que me fuera. Esto me dio una idea.
-¿A qué hora es tu trabajo en la boda?

-Tarde –me saludó Tré, cuando llegué al estudio, a eso de la una. Había violado unas diez normas del tránsito, y, aún así, no había logrado llegar a la hora… Aunque claro, habíamos quedado de juntarnos a mediodía… Y a esa hora yo recién estaba comenzando a irme de San Francisco.
-Lo siento, se me pasó la hora –me excusé-. ¿Y Mike?
-Fue a comprar café y donas para los tres. Si no llegabas luego, al tuyo le íbamos a echar un montón de sacarina en vez de azúcar… -Torcí una mueca.- Le dije a Mike que no hacía falta orinarle ni nada.
Otra mueca de mi parte.
-Bueno, ya estoy aquí y traigo las canciones, así que… No sé, ¿quieres leerlas? ¿O mejor esperamos a Mike?
Tré lo pensó unos instantes, tras los que respondió.
-Esperemos, no debe venir muy lejos.
Efectivamente, unos pocos minutos después, Mike llegó al estudio.
-¡Tré, traje un montón de sacarina para…! –Gritaba entrando. Fue entonces que me vio.- Diablos, ya estás aquí.
Le sonreí, saludándolo con mi mano.
-Perdón por arruinarles la diversión –me “disculpé”. Mike me miró con cara de pocos amigos, causando que mi sonrisa se ampliara más aún-. Ve el lado positivo, ahora podemos empezar a trabajar y a ser los reyes del mundo otra vez.
Tanto Mike como Tré intercambiaron una mirada, al tiempo que yo le echaba azúcar a mi café y lo bebía, con cierta cautela, ya que no estaba del todo seguro que Mike no le hubiese echado nada. Sonreí mucho más al darme cuenta que estaba perfecto, sin nada extra. Mis amigos volvieron a mirarse, causando que yo alzara una ceja, aún bebiendo café.
-Billie… ¿Fumaste algo? –preguntó Mike.
Disminuí un poco la sonrisa, pero no demasiado.
-Nope.
-Entonces estabas teniendo sexo y por eso te atrasaste tanto –afirmó Tré.
Solté una carcajada.
-No, tampoco. ¿Por qué la pregunta?
Fue el turno de que Mike alzara una ceja.
-Porque estás feliz. Demasiado feliz. –se explicó. Abrí la boca para replicar algo, pero él me atajó:- No es que esté mal que andes realmente feliz de una buena vez, pero es raro, y debería tener una explicación de algún tipo.
-¿Y drogas y sexo son las únicas cosas que se les ocurren? –Asintieron, rápidamente.- No, no fumé nada, y no, tampoco estaba ocupado teniendo sexo.
-¿Entonces qué mierda estabas haciendo que te atrasaste y llegaste tan feliz? –inquirió Tré, perdiendo la paciencia, mientras que yo sacaba una dona.
Me encogí de hombros.
-Estaba pensando.
No tenía idea el porqué les ocultaba que me había encontrado con Sarah ese día. No tenía nada de malo, había sido algo completamente inocente, simplemente habíamos conversado. Luego me di cuenta que fue porque sabía que ellos no entenderían, que ambos se precipitarían a decirme que seguía enamorado de Sarah y volveríamos a la mierda de siempre. Eso, y a un lado de mí le preocupaba su tanto la posible reacción que tendría Mike al saber que yo estaba en contacto con su ex esposa.
Me sorprendí al ver que Mike y Tré habían abierto mucho los ojos. Los miré, inquisidoramente.
-Estás mintiendo… ¡Y descaradamente! –exclamó Tré.
-¿Qué? ¡No! –Intenté sonar ofendido, pero creo que no lo logré muy bien.
-¡Claro que sí! Tú siempre te deprimes cuando piensas, y ahora andas feliz, como cuando… -Mike se calló, palideciendo y abriendo sus ojos más aún.- No puede ser…
Intentando disimular que me daba cuenta que mi amigo estaba a punto de descubrirme, le di un buen sorbo a mi café.
-¿Qué cosa “no puede ser”? –preguntó el baterista, sintiendo que estaba perdiéndose algo.
-Billie, ¿cómo la encontraste?
Lo miré, fingiendo desentendimiento.
-¿De qué hablas, Michael, querido?
-No hagas como que no sabes de lo que hablo, ¡te encontraste con Sarah! ¡Eso es lo único que te pondría tan feliz, y lo sabes!
Negué, con una sonrisa en mi rostro.
-Estás imaginando cosas, Mike… Ya, ¿vamos a trabajar?
Sin esperar respuesta alguna de parte de mis amigos, me acomodé en un sofá y saqué el cuaderno de letras. Mike y Tré se quedaron mirándome un par de minutos, tras los que, finalmente, se sentaron, dispuestos a revisar mis canciones. Estuvimos un buen rato discutiendo si queríamos un disco conceptual o no, o si sería un disco más punk o más elaborado… Conseguí alargar reunión hasta las seis, lo que fue todo un logro, teniendo en cuenta que sería corta y que no íbamos a tocar nada… En teoría.
-No puedo creer que nos mientas y logres que grabemos demos de todas maneras –comentaba Tré, en el estacionamiento; Mike ya se había ido.
-No les estoy mintiendo –mentí.
-No, y yo no tengo un sostén rojo listo para usarlo en la siguiente gira… -Lo miré, sorprendido, causando que se sonriera.- Tengo un par de ideas, algún día que estemos ebrios se los muestro.
-Ok… En fin, el punto es que no les estoy mintiendo.
Tré negó.
-Mira, sabemos que nos estás ocultando algo, y suponemos que sabes lo que haces… Simplemente nos preocupa que termines haciendo alguna estupidez –se explicó-. Promete que no lo harás.
Suspiré, y, sin contenerme, dije:
-El problema es que ya lo hice. –Abrió mucho los ojos.- Es decir… Hice algo que me acerca más y más a hacer una estupidez.
La mirada de mi amigo era de la más pura de las preocupaciones. Quería decirle algo que lo tranquilizara… Pero la verdad es que ni siquiera se me ocurría algo para tranquilizarme a mí mismo… Sin decir nada, me subí al auto, y partí, de vuelta a San Francisco.
Como se podrán imaginar, ese algo que hice fue quedar en acompañar a Sarah a la boda. Y era eso lo que me empezó a atormentar apenas me subí al auto: ¿Por qué me sentía tan feliz de haberla visto? ¿Por qué me sentía tan feliz ante la perspectiva de volverla a ver? ¿Por qué esto no me preocupaba lo suficiente como para borrar mi estúpida sonrisa, y cancelar todo con Sarah?
El camino a San Francisco fue una larga hora, durante la cual puse la radio bastante fuerte, en un intento de despejar mi mente… Sin lograrlo. ¿A qué mierda estaba jugando? Tener a Sarah de amiga no iba a terminar bien. Ya no la amaba, y llevaba años sin pensar en ella… ¿Pero qué pasaba si algún lado de mí era lo suficientemente idiota como para verla como algo más?
Regañándome mentalmente, estacioné el auto en la acera de la plaza en la que habíamos quedado de juntarnos. Aún no oscurecía, así que había gente por ahí… Pero no había rastro alguno de Sarah. Ya eran las siete, y habíamos acordado juntarnos un poco después de esa hora, en los juegos, así que me dirigí hacia ellos y me senté en una banca que había ahí, probablemente puesta para que los padres cuidaran a sus hijos desde cerca.
Mi mente no tardó nada en ponerse a divagar… Fue así que mi mirada se posó en una pequeña niña que se columpiaba, dándome la espalda. Tenía el mismo cabello que Sarah, sólo que un poco más rojizo y un poco rizado… Era la mezcla perfecta entre mi cabello y el de Sarah. ¿Sus ojos serían verdes o azules?
-Yo quiero que los tenga tan azules como los tuyos –le decía a Sarah.
-Pero yo quiero que los tenga verdes –me rebatía ella.
-Ya, para que no peleemos, el que se equivoque, tiene derecho a escoger el nombre de nuestro futuro hijo o futura hija –concluí, con una sonrisa, abrazándola, mientras veíamos una puesta de sol en la playa de Rodeo.
-¿Qué quieres tú? –me preguntó, con una sonrisa en su rostro.
-Me da lo mismo, mientras esté sano o sana… Aunque… Sería lindo tener una niña, y que sea igualita a ti, sin ningún rasgo mío que la arruine…
La sonrisa que había tenido todo el día, finalmente, desapareció. Por primera vez, había asimilado que nunca iba a tener una hija, mucho menos con Sarah. Con Addie habíamos acordado que con Jakob era suficiente… Pero sabía que lo habíamos hecho porque las cosas no habían andado bien después de él, y no queríamos arriesgarnos a traer otra criatura y divorciarnos apenas tuviera un par de meses de vida… Sí, ahora las cosas estaban bien… Pero Addie ya no quería más hijos, y, hasta ese momento, a mí no me había importado mucho…
La niña siguió columpiándose un buen rato más, o así me pareció a mí. Finalmente, se bajó y se acercó al hombre que la esperaba junto a los columpios. La niñita le tomó la mano y se fueron juntos sin permitirme verle el color de sus ojos ni una sola vez.
Cuánto daría por ser ese hombre, y estar ahí con mi hija.
-¿Por qué la cara larga?
Levanté la mirada, y me encontré con Sarah, quien ya tenía una cámara colgada, y me miraba con cierta preocupación y… ¿Ansiedad?
-Me dio la melancolía… -Me miró, como si necesitara más explicaciones. Suspiré.- Asimilé que nunca tendría una hija, eso es todo.
Su mirada se ensombreció su poco.
-Gracias por recordarme que nunca tendré hijos –murmuró.
Me paré.
-Aún tienes tiempo, Sarah. Aún hay tiempo –le aseguré.
Y fue así que la sonrisa volvió a mi rostro… Y también al suyo.
-Gracias, Billie… Supongo que sigues igual de bueno para caminar, ¿no? –Asentí.- El evento queda a un par de cuadras, supongo que no te molestará ir a pié.
Solté una breve risa.
-Sarah, solía cruzar Rodeo entero para llegar a la casa de Ale o Tré.
También rió.      
-Había olvidado eso. En fin, ¿cómo estuvo la reunión en el estudio?
Gracias a la conversación, no nos dimos cuenta cómo llegábamos al lugar de la recepción de la boda, el cual consistía en una especie de recepción con custodia, seguida de un amplio salón, que tenía mesas, una pista de baile y camareros con bandejas, sirviendo la entrada en todos los puestos. La gente aún no llegaba de la boda que, según teníamos entendido, se celebraba en la capilla que había a pocas cuadras de ahí. Sarah presentó sus credenciales a los camareros, les indicó que yo era su acompañante y, sin más trámites, comenzó a tomar fotos del lugar, al tiempo que conversaba conmigo.
Poco rato después, comenzaron a llegar los primeros invitados. Con Sarah nos instalamos a la entrada, ella tomando fotos y yo ayudando a los del lugar a verificar las invitaciones de la gente.
-¿Quién se imaginó que harías un trabajo digno alguna vez? –ironizó Sarah, cuando ya no llegaba más gente.
-Mi mamá –respondí, como un niño pequeño, causando que ella riera.
Ambos tomamos de nuestras copas de champaña que nos habían servido los camareros a escondidas de los recién casados, quienes, en ese mismo momento, bailaban su primer baile.
-Sostenme esto –me pidió Sarah, pasándome la copa, para ir de inmediato a tomar fotos a la feliz pareja.
Terminé mi copa, y la dejé vacía en la bandeja que llevaba un camarero, para seguirla; no quería perderla de vista, ya que habían bajado las luces, lo que no facilitaría encontrarla, en caso de perderla. La admiré tomando fotos a una distancia prudente y, en cuanto terminó de tomarle fotos a unos cuantos invitados, se me acercó.
-No creo que tengamos que quedarnos mucho más –comentó ella, con una sonrisa un tanto forzada, guardando la cámara en el bolso que llevaba colgado-. Así en tu casa no se preocupan más.
Me sonreí al notar que su expresión se debía a que no quería que me fuera tan luego, si no que quería que me quedara un buen rato más.
-No te preocupes, les dije que tardaría –la calmé. Repentinamente, puse atención a la música-. ¿Bob Dylan?
Sarah también se puso a escuchar atentamente.
-Don’t think twice it’s alright –susurró ella.
Nos quedamos mirando, y ambos sabíamos muy bien el porqué: Había sido pensando en esa canción que había vuelto con ella después de haber terminado con Jesus. ¿Cuál era la interacción social aceptable para estos casos?
-¿Quieres bailar?
Ok, creo que esa no era…
-¿Y tú desde cuándo bailas? –Me encogí de hombros.- Bueno, pero sólo una canción.
… Pero si ese no era el actuar correcto, ¿por qué Sarah había aceptado mi propuesta?
Sin decirnos nada, nos acercamos un poco a la pista de baile, y nos pusimos a bailar la canción, de cualquier forma que se nos ocurriera, causando que ambos soltáramos varias risas.
-Dios, muy hijo de gobernador será, pero tiene buen gusto en la música –comenté, dándole una vuelta a Sarah.
-Tienes razón –concordó ella.
Fue entonces que le di otra vuelta, pero con demasiado impulso, causando que ella tropezara. Para evitar que cayera, la tomé por la cintura.
-Desearía que hubiese algo que tú pudieras hacer o decir para tratar y cambiar mi decisión, y quedarme… –canturreé junto a la canción, en una especie de susurro, apegado a su oído.
Sarah se paró bien, y, por eternos segundos, nos quedamos mirando a los ojos, fijamente, casi sin pestañear.
-No puedo hacer esto de nuevo, Billie –susurró.
-¿Hacer qué, Sarah? –pregunté yo, acercándome, sin ser plenamente consciente de ello.
Ella negó.
-No importa –respondió, alejándose un poco. Suspiró-. ¿Sabes? A veces me pregunto que hubiese pasado si me hubiera quedado en Ecuador con mi padre… Quizás habríamos vuelto más tarde, todos juntos, y quizás nunca te habría visto con Fran. Me pregunto qué será de él. –La miré, sorprendido.- ¿Qué?
-Nathan murió –solté. Me miró, empalideciendo-. ¿No lo sabías?
-¡No! Después de escapar, nunca retomé el contacto con él –respondió-. ¿Cómo sabes esto?
Y, sin pensar bien lo que iba a decir, contesté:
-Hace años me encontré con Jesus y… Y me contó todo. El cómo tu padre y su madre tenían un trato por un órgano… El cómo ambos se habían ido a Ecuador para la cirugía… -Le levanté la mirada por el mentón, permitiéndome ver que sus ojos estaban repentinamente llorosos.- Y el cómo Jimmy escondió todas tus cartas, permitiendo que sólo llegara la carta que decía que no volverías y que siguiera con mi vida.
Volvió a negar, más fervientemente.
-¿Por qué me estás diciendo esto ahora? –preguntó, con la voz tomada.
-¿Cuándo más iba a hacerlo? –susurré- Antes yo no lo sabía, y cuando lo supe ya era demasiado tarde, ya estabas con Mike… Me dije que sólo te diría todo si tú demostrabas que aún podías sentir cosas por mí, pero no lo hiciste… Luego tú y Mike se divorciaron, y desapareciste antes que pudiera decirte nada… Todo esto fue un malentendido garrafal…
Las lágrimas se escaparon de sus azules ojos, al tiempo que ella intentaba respirar profundamente y calmarse. Yo simplemente me quedé ahí, en silencio, esperando que ella reaccionara.
-Necesito aire –susurró.
Sacó mis manos que la sujetaban por la cintura, y, tras limpiarse las lágrimas rápidamente con su mano, se alejó de mí, rápidamente, en dirección a la salida. Pero esta vez no me quedé recordando el contacto de su piel en mis manos, como había hecho después la vez que me pagó la fianza, si no que, tras un par de instantes que usé para ordenar mis pensamientos, corrí tras ella.

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