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Hay millones de combinaciones posibles con las cifras que
forman el gran número de un celular… Y, de algún modo, Nadia se equivocaba y
termino con el número de su hermana en mis manos. ¿Qué mierda?
-Ho… Hola, Billie –saludó ella, varios instantes después,
recuperándose de la sorpresa antes que yo-. ¿Buscabas a Nadia?
Si la gente del café en el que estaba se había extrañado
por mis risas súbitas, ahora debían extrañarse por verme pálido y lívido. Pero
no, ese era el yo-pasado, el que había estado enamorado de Sarah desde los
quince años… El yo-actual simplemente se había sorprendido porque no me
esperaba este giro en la “trama” que llamaba vida. Era sólo una persona más, no
debía afectarme de esta manera.
-Sí, me la encontré el otro día, ordenando donde mi madre.
Me dijo que la llamara si encontraba tus negativos que tan bien escondiste, y…
-… Y la llamabas para decirle que no los encontraste
–concluyó.
Solté una risa.
-Lo siento, Sarah, pero la llamaba para decirle que sí los
encontré. –Pese a no verla, sabía que miraba sorprendida al teléfono.- Buen
escondite, si no le hubieras dicho a Nadia que estaban en tu lugar favorito,
nunca los habría encontrado.
Escuché cómo suspiraba.
-Mala idea, ¿no? En fin, el número de Nadia es el mismo que
el mío, pero termina en un siete, no un nueve, creo que por eso se equivocó
–murmuró, en un tono de voz que dejaba más que claro que intentaba convencerse
a ella tanto como a mí-. Así que… Dejo de gastar tu tiempo.
¿Iba a colgarme? Así parecía…
-¡Espera! –La detuve.- Ella quería pasártelos a ti. ¿Por
qué no nos ahorramos el intermediario y te paso yo los negativos y tu vieja
cámara?
Supe que ella estaba evaluando las opciones que tenía. Ella
amaba su vieja cámara, y sabía que, pese a que ahora debería tener cámaras
mucho mejores, a ella le gustaría tenerla.
-¿De verdad tienes tiempo para venir a San Francisco?
Con que ahí estaba viviendo.
-Sí, la verdad que mucho no estamos haciendo. ¿Qué me
dices? ¿Voy a tu casa a dejarte las cosas y nos ponemos al día de una buena
vez?
Hubo un silencio y luego…:
-De acuerdo. ¿Tienes un lápiz para anotar la dirección?
-Te ves feliz. –comentaba Joey, un buen rato después, ya
fuera del laser tag. Lo miré, sin
entender a qué se refería.- No me preguntes el porqué lo digo, pero te ves más
feliz que cuando llegamos.
Tan perceptivo que era mi hijo, de verdad.
-Eso es porque pasé un buen día con ustedes –respondí,
honestamente, ya que creía que era eso lo que me tenía feliz. ¿Qué más iba a
ser?
-Papá, ¿qué llevas ahí? –me preguntó Jake.
Mierda. ¿Cómo les explicaba las fotos? Me regañé: Eran
fotos de mi adolescencia, de mi pasado, de algo que ya no existía, daba igual
que las vieran. Sí, estaba con Sarah en alguna de las fotos, pero no por eso
mis hijos iban a pensar que no amaba a Adrienne. Así que decidí decir la
verdad:
-Son unas fotos viejas. Encontré los negativos cuando fui
donde mi madre y recién hoy me las entregaron reveladas.
-¿Qué tan viejas son?
-¿Las podemos ver?
Lo pensé un poco.
-Son de entre la navidad de 1988 y los principios de 1990
–contesté-. Y sí, pueden verlas. Pero tengan en cuenta que en ese entonces yo
aún no conocía a su madre y tenía otra novia, quien fue quien tomó casi todas
las fotos, ¿ok? –Ambos niños asintieron-. Ok. En el auto se las paso.
Así que, tras comprar una pizza para llevar a la casa para
la cena, nos fuimos al estacionamiento. Los dos se subieron al asiento trasero,
y, tras dejar la pizza en el asiento del copiloto, les pasé la bolsa con las
fotos.
-Por favor, déjenlas en el orden que están –les pedí-.
Están por orden de año, y creo que son muchas como para ordenarlas de nuevo.
Mis hijos accedieron a esto al unísono, y comenzaron a
verlas, al tiempo que yo encendía el motor y partíamos a casa.
-¿Papá? –preguntó Joey, un buen rato después- ¿Por qué ella
se parece mucho a la ex esposa del tío Mike?
Ese era un pequeño detalle que no había tenido en cuenta.
-Porque es ella –respondí, tras contener un nuevo impulso
que me decía que mintiera-. Verán, mi madre se casó con su padre, y Sarah y yo
nos enamoramos y tuvimos algo hasta que su padre se la llevó a Ecuador en el
’90. Luego Mike y ella se reencontraron y, y ellos se enamoraron y se casaron.
Joey y Jake intercambiaron una mirada.
-¿No fue raro? –preguntó Joey.
Ahora tuve un impulso de sinceridad bruta, que quería
responder “sí, mucho, y muy doloroso también”, pero preferí mentir esta vez:
-No, eso ya era pasado, tanto para mí como para ella. Yo
amo a su madre más que a nadie, así que…
Dejé la oración ahí, porque volví a sentir la punzada de
culpa que había logrado ignorar con el pasar de los años. ¿Qué mierda me
pasaba? Luego recordé que era septiembre, y que siempre me ponía raro en ese
mes del año… Y, casi de inmediato, recordé que debía juntarme con Sarah el
lunes por la mañana, después de llevar a los niños al colegio, y antes de
juntarme con los chicos en el estudio, donde nos pondríamos a evaluar las pocas
canciones que llevaba. La punzada de culpa volvió.
-Si estuviste con Sarah tanto tiempo, ¿cuándo estuviste con
Joanne? –preguntó Joey, curioso, y con cara de estar sacando cuentas.
Me costó recordar que esa era la identidad falsa que le
había dado a Jesus.
-Después y antes de Sarah, entre el ’87 y el ’88 –contesté.
Maldije en mi mente al darme cuenta que me miraban extrañados-. Verán, con
Sarah estuve una vez, terminamos y luego volvimos. Como con su madre: La conocí
el ’90, tuvimos algo por unos varios meses, y recién el ’94 estuvimos juntos de
nuevo. Esas cosas pasan a veces.
-¿Nos cuentas cómo conociste a mamá? –preguntó Jake.
Esa historia era larga, por lo que se las conté camino a
casa (mientras ellos aún veían las fotos) y durante la cena, donde tuve un
cuidado gigantesco en no mencionar que a veces pensaba en Sarah, en omitir que
me la había encontrado después de casarnos y todo. Ya saben, dejando la
historia apta para un niño de doce años y uno de ocho. Tras cenar, se quedaron
un rato jugando videojuegos en el mismo living, dejándonos a mí y a Addie a
solas en la cocina.
-Menos mal les subiste el ánimo –comentó ella, abrazándome
por la espalda cuando yo lavaba la loza-. Así no se enojarán tanto cuando los
mande a acostarse temprano.
-Sueña, igual se enojarán. –Me volteé y le di un beso en
los labios.- ¿Qué hiciste hoy?
-No mucho, tejí un poco escuchando a The Replacements…
-Ambos nos sonreímos al recordar que ella nunca los había escuchado hasta
conocerme, pese a ser de Minnesota.- Luego escuché a The Beatles.
-Hmm, ¿así que nada de Rolling Stones?
-No… -Con una sonrisa, me dio otro beso.- ¿Qué hicieron
después del cine, que terminaron por hablar de nosotros?
Bien, Armstrong, hora de la verdad.
-El otro día encontré unos negativos viejos. Como no tengo
fotos de mi adolescencia, los mandé a revelar, y los niños se pusieron a
verlos. Me preguntaron por Sarah, por Jesus y, finalmente, por ti.
Me miró asustada.
-¿Les contaste de Jesus?
-Algo así… Si llegan a preguntarte, se llama Joanne
–contesté, con un tono de disculpa en la voz-. Si tampoco los expongo tanto.
-Claro, a ti no te tocó distraerlos durante Hitchin a ride toda la gira anterior
–ironizó ella. Me sonrosé, ante lo que ella volvió a besarme-. ¿Podré ver esas
fotos?
Oh, oh.
-Siempre que prometas no ponerte celosa. Recuerda que
estaba con Sarah en ese tiempo, y que ella tomó casi todas las fotos –le
advertí, concentrándome en que no sintiera el miedo que yo sentía. ¿Y si se
daba cuenta que las miradas mías hacia Sarah en algunas de las fotos eran del
más puro de los amores?
-Lo prometo –susurró ella, rozando mis labios.
Así que me separé de ella y le pasé la bolsa de fotos.
-Por favor, no las desordenes, que, milagrosamente, los de
la tienda las dejaron en orden de año –pedí.
Riendo, ella asintió y se sentó ante la mesada de la
cocina, mientras yo terminaba de lavar, secar y guardar la loza. Por ridículo
que suene, me gustaba hacer cosas tan cotidianas y (para algunos) tediosas como
esa, de verdad.
-¿Sabes? Te ves diferente –comentó Addie, un rato después,
cuando yo ya había guardado todo en su lugar y consideraba limpiar la cocina…
No la habitación, el electrodoméstico. Alzando una ceja, me volteé hacia ella:
Habían pasado diecisiete años desde la última foto, por lo que era obvio que me
veía diferente. Entendiendo mi mirada, añadió:- No me refiero a los cambios
obvios por la edad… Me refiero a la mirada. A tu expresión. A todo eso que es
más psicológico.
-¿Sí? –pregunté, pretendiendo que no tenía idea de qué
hablaba, intentando ignorar lo mal que me sentía por ver lo feliz que era en
ese tiempo- Me gusta más como me veo ahora.
Me paré detrás de ella, justo cuando se ponía a ver una
foto en la que Sarah y yo dormíamos abrazados, tomada por Mike. Pese a no verle
la cara, sabía que Addie estaba su tanto celosa y entristecida por verme tan
feliz con Sarah. Fingiendo una sonrisa (no le encontraba nada alegre a la
situación), le besé el cuello, causando que sus labios se curvaran en una
sonrisa.
-Te amo –le susurré al oído-. Eso ya está en el pasado, y
lo sabes.
-Lo sé –susurró ella, tras lo que me acarició el rostro con
su mano-. Te amo.
Hice que se girara en su asiento para que quedara frente a
mí, permitiéndome darle un suave beso en los labios.
-¿Qué te parece si mandamos a los niños a dormir, y luego
nos vamos a la pieza? –le pregunté, mirándola fijamente, con una sonrisa
maliciosa en mi rostro. Se sonrosó- ¿Sí?
-Yo los acuesto, tú espérame en la pieza –respondió,
rozando mis labios al hablar, tras lo que me besó, intensamente. Tras dedicarle
una sonrisa, la dejé pararse.
Y apenas la escuché hablar con los chicos en el living,
solté un profundo suspiro. Por algún motivo, me sentía culpable… De nuevo. Como
si mintiera. Y no estaba mintiendo. De verdad que no…
O quizás sí. En realidad, ni siquiera me sentía con muchas
ganas de tener relaciones con Adrienne ese día… Simplemente quería demostrarle
que no pensaba en Sarah. ¿Por qué mierda sentía tanta necesidad de esto?
¿Por qué ya no sonreía como cuando estaba en la cafetería?
Lunes. Veinte para las siete. Hora de levantar a los niños.
Apagué el despertador y me restregué los ojos.
-¿Seguro que quieres ir tú? –me preguntó Addie, media
dormida- No me molesta levantarme…
Esa era una mentira… Y no tienen idea lo mucho que deseaba
que fuera más grande, para no sentirme culpable con la mentira que diría a
continuación.
-Seguro, si igual tengo que ir al estudio temprano hoy.
Sí, esa era la mentira: No tenía que ir al estudio
temprano. Ese era el día en que me juntaría con Sarah a pasarle los negativos,
y recién después de mediodía me juntaría con los chicos, a ver las canciones
que llevaba, algo bastante corto.
-¿A qué hora vuelves? –me preguntó, más adormilada que
antes.
-No lo sé. Quizás alcance a llegar a almorzar –contesté-. O
quizás nos inspiramos y llego muy tarde. –Le di un corto beso en los labios.-
Ya, me levantaré.
Tras hacer la rutina de todas las mañanas en el baño y
vestirme, fui a despertar a Joey y a Jake para que se levantaran, tras lo que
bajé a hacer el desayuno.
-No quiero ir a clases –se quejaba Joey, entrando a la
cocina.
-Qué raro, yo tampoco. –me burlé yo, causando que me mirara
molesto. Le sonreí:- Si no es tan terrible, piensa que con cada año te falta
menos para terminar
No eran ni las ocho de la mañana, y ya había dicho dos
mentiras. ¿Con qué cara le decía a mi hijo que el colegio no era tan terrible?
Dios, a mí me habían expulsado porque ni siquiera me importaba lo suficiente
como para hacer un trato con el director. ¡Ni siquiera estaba en clases! Después de Jesus, el escaparme de clases se había
convertido en una mala costumbre, a la que incluso Sarah cayó, al menos un par
de veces.
Sarah… La vería… Por primera vez, me puse a considerar lo
extraña que sería la situación. ¿Qué trato debía tener con mi ex novia, ahora
ex esposa de mi mejor amigo? ¿Debería tratarla como si apenas la conociera, o
como una amiga de toda la vida?
-Papá, ¿en qué piensas? –me preguntó Jake, devolviéndome a
la realidad. ¿En qué momento había bajado?
-En las canciones que les mostraré hoy al tío Mike y al tío
Tré. –Tercera mentira.- Ya, apúrense, que llegaremos tarde.
… Creo que eso igual era una mentira.
En fin, un rato después (en el que quisiera decir que no
mentí, pero me temo que no estoy seguro que eso sea verdad), los fui a dejar al
colegio. Tras desearles que tuvieran un buen día y un buen año escolar, me fui,
en dirección a la gasolinera más cercana. Llené el tanque y, tras comprar un
café (aún tenía sueño), partí hacia San Francisco.
Alrededor de una hora después, me encontraba en la ciudad.
Hacía un buen tiempo que no iba, pero no me costó mucho llegar a la dirección
de Sarah. Estacioné el auto en la calle, saqué la caja con negativos de la
guantera y bajé. Activé la alarma y, a paso lento, caminé hasta el pórtico de
Sarah. Eran casi las nueve, y habíamos quedado de juntarnos a esa hora, así que
era bastante probable que me estuviese esperando. Respirando profundamente,
subí la escalinata que me separaba de la puerta y, tras recordarme que era sólo
un encuentro rápido con una vieja conocida o amiga o lo que fuese, toqué el
timbre… Y antes de que pasaran treinta segundos, la puerta se abrió.
Al contrario de la última vez que la había visto en el
Milton Keynes, Sarah llevaba el pelo corto, y, para mi sorpresa, pelirrojo.
Noté que miraba mi rostro con sus brillantes ojos azules, pero no me importó:
Yo hacía lo mismo con el suyo.
-¿Desde cuándo tan puntual? –preguntó ella, varios
instantes después, rompiendo el silencio. Sonreí.
-Tras años de discusiones con Mike, Tré, mi esposa y el
mundo, uno aprende a no hacer lo que los enoja tanto –contesté-. Me gusta tu
pelo.
Torció una mueca.
-Tuve que cortármelo para un trabajo que tengo hoy… Mucho
pelo para el gusto de mi agencia. Aunque me permitieron teñirlo para compensar.
Me hizo pasar hacia el interior y me señaló que fuera al
living.
-¿Y qué trabajo debes hacer hoy? ¿Algo elegante? –pregunté,
al tiempo que observaba la casa: Era muy Ella.
Tenía fotografías enmarcadas, discos en un estante, libros en otro, sillones
muy cómodos y, en la mesa de centro frente al sofá principal, un montón de
lentes de cámaras.- Por favor, dime que no usarás todos esos hoy.
Soltó una risa, que causó que se me erizaran los pelos de
la nuca. Mala señal.
-Es la boda del hijo del gobernador. Por lo que averigüé,
el hijo no es para nada formal y no se parece en nada a su padre, así que será
interesante. Debo tomar fotos en la recepción de la boda, así que no, sólo
usaré un par de estos lentes. La verdad que es que estaba ordenando.
Me indicó un sofá en que sentarme. Acaté la orden y ella se
sentó en el del frente. Sin saber muy bien de qué hablar, dije:
-Suena entretenido. –Alzó una ceja.- Digo… Puedes sacar
champaña y comida, y divertirte un rato con la mala música de las bodas, sin
preocuparte de dar una buena impresión o de saludar a parientes lejanos.
Se sonrió.
-En realidad, como voy sola, es bastante aburrido, y me
baja la nostalgia –murmuró-. Ninguno de mis amigos puede acompañarme, sigo
soltera, así que ningún novio a quien invitar… A las finales, hago mi trabajo
lo más rápido posible y me devuelvo a mi casa a comer helado, ver películas y
revelar fotos viejas.
No pude evitar sonreír también.
-Ver películas no está tan mal –comenté, causando que
volviera a reír.
Me sorprendí por lo cómodo que era conversar con ella.
Hablamos un montón acerca de su trabajo (motivo por el cual estaba en el primer
concierto en el Milton Keynes), acerca de vivir en San Francisco, para luego
hablar de mi trabajo y de los niños. Una sonrisa muy amplia y honesta curvó sus
labios cuando le mostré la foto que llevaba de mis hijos en la billetera.
-Hablando de fotos… ¿Y los negativos? –me preguntó.
Sonriendo al notar que no quería sonar muy ansiosa ni nada,
saqué la caja que había guardado en un bolsillo de la chaqueta de cuero que
llevaba, chaqueta que ahora descansaba a mi lado en el sofá. Se la pasé.
-No te las revelé, porque creí que te gustaría hacerlo tú
misma –comenté, al tiempo que ella abría la caja-. Si no están en buen estado,
es culpa del lugar en el que estuvieron por diecisiete años.
Se sonrió, tomando el primer negativo y viéndolo a
contraluz.
-Gracias. Están perfectos. –Los contempló por un rato, tras
lo que preguntó:- ¿Qué les pasó a las fotos originales? ¿Las que tenía en mi
pieza? Nadia dijo que no había nada.
Torcí una mueca.
-Impulso pirómano poco después que te fuiste –admití-. Supongo
que Nadia no pudo traerte muchas cosas, lo siento por eso.
Abrió sus ojos desmesuradamente. Al igual que cada vez que
alguien mencionaba el asunto, me sentí avergonzado.
-¿Quemaste todo? ¿Por qué?
Me encogí de hombros.
-Todo me recordaba a ti, y no podía aguantarlo –dije sin
pensar. Pero no me arrepentí. Era pasado, y ambos lo sabíamos-. Pero no quemé
todo. Aún tengo tu copia de “El guardián en el Centeno”… Ah, ¡y tú cámara!
Metí la mano en la chaqueta y saqué la máquina. Ella la
tomó con una sonrisa.
-Tanto tiempo, Fink. –La miré, alzando una ceja.- ¿No
recuerdas? Así le pusiste cuando me la regalaste porque…
-Porque era del porte de una rata y estaba obsesionado con
los Misfits –completé, recordando de golpe. Me reí-. Creo que ese día estaba
drogado.
-Sí, creo que sí… ¿No fue esa la navidad en la que no
dormiste, si no que fumaste de todo con Mike?
Volví a reírme.
-Sí, creo que fue esa. Y luego pasamos por tu pieza, la de
Nadia y la David despertándolos con villancicos. Lo mejor fue que Nick ya
estaba despierto y se nos unió –recordé-. Creo que fue la única vez que te
enojaste más porque estaba despierto que porque estaba drogado.
-Bueno, me despertaste muy temprano, las drogas pasaron a
segundo plano –admitió, también riendo-. No puedo creer que Ollie no te haya
dicho nada.
-Para entonces estaba demasiado feliz de que no me hubiesen
expulsado aún y que ya no estuviera con Jesus, así que le daba igual lo que
hiciera en la casa –expliqué, todavía con algo de risa-. Buenos tiempos, ¿no?
-Supongo que para ti serán mejor ahora –comentó, señalando
mi alianza-. ¿Todo bien con Adrienne? Me caía bien…
El ambiente pasó de cálido y ameno, a ligeramente tenso. O
así me pareció a mí, por lo menos.
-Sí, todo bien, como de costumbre. –No me contuve de
preguntar:- ¿Cómo va tu vida amorosa?
Su turno de torcer una mueca.
-No mucho desde Mike. –Me miró, fijamente, y, rápidamente,
añadió:- Lo siento mucho, ya que estamos.
Algo en su mirada me reveló que no había querido decirlo
voluntariamente. Al igual que yo tampoco quise decir:
-Está bien, lo pasado es pasado; ambos eran felices juntos,
se lo merecían.
Pero lo dije igual.
Nos quedamos mirando en silencio por unos momentos, tras lo
que ella comenzó a revisar su cámara, lo que me recordó algo:
-Tiene un rollo nuevo, por si acaso. Los de la tienda se lo
pusieron por error, yo no lo pagué… Aunque revelé tantas fotos, que nunca me
quedó clara la boleta. –Esa fue otra mentira: Yo lo pedí, y pedí expresamente
que fuera el mejor rollo que tuvieran.
Se sonrió, no sé si porque había detectado la mentira, o
porque la había creído y le causaba gracia. Algo me decía que era la primera
opción, y ella misma me lo confirmó:
-¿Cuándo te volviste tan mentiroso, Billie Joe?
Torcí una mueca.
-En algún momento de los noventa, para salvar mi matrimonio
–admití-. Parece que contigo no me funciona.
Le dediqué una pequeña sonrisa, que ella devolvió.
-Mantén esa pose, ¿quieres?
Antes de procesar esa frase, Sarah tomó la vieja cámara y
me tomó una foto. Apenas la dejó sobre la mesa, solté una risa.
-Había olvidado el significado de esa infame frase
–comenté.
-Me di cuenta.
Se quedó en silencio, mirándome, y yo me quedé mirándola.
No pude evitar tomar la cámara, de un modo que aparentaba ser distraído, para
luego decir:
-Quédate así.
Al igual que yo, Sarah no procesó de inmediato, lo que me
permitió tomarle una foto rápida.
-¿Y tú desde cuándo sabes usar mi cámara? –preguntó,
fingiendo molestia, mas con una amplia sonrisa en su rostro.
-Tú me enseñaste…
-No… Intenté enseñarte, pero fuiste incapaz de tomar una
sola foto.
-Ah… Bueno, no es tan difícil, es ajustar el lente, apretar
el botón y girar la perilla –me justifiqué, causando que volviera a reír-.
¿Qué?
-¿Honestamente? No lo sé.
Ambos reímos. Esto era demasiado cómodo.
Continuamos conversando, de algún modo empezamos a hablar
de películas
-No puedo creer que seas
músico y no hayas visto Trainspotting.
-Cuando salió estaba ocupado –me excusé, cruzado de brazos.
Desvíe mi mirada hacia el reloj de pared: Mediodía-. ¡Mierda! Tengo que llegar
al estudio.
No quería irme. De verdad que no. La estaba pasando bien,
sin trabajar, sin hacer nada, simplemente conversando, de un modo
extremadamente honesto, sin ninguna mentira de por medio.
-Entonces mejor te vas, que si no Mike se enojará mucho
–farfulló.
Ella tampoco parecía muy feliz con que me fuera. Esto me
dio una idea.
-¿A qué hora es tu trabajo en la boda?
-Tarde –me saludó Tré, cuando llegué al estudio, a eso de
la una. Había violado unas diez normas del tránsito, y, aún así, no había
logrado llegar a la hora… Aunque claro, habíamos quedado de juntarnos a
mediodía… Y a esa hora yo recién estaba comenzando a irme de San Francisco.
-Lo siento, se me pasó la hora –me excusé-. ¿Y Mike?
-Fue a comprar café y donas para los tres. Si no llegabas
luego, al tuyo le íbamos a echar un montón de sacarina en vez de azúcar… -Torcí
una mueca.- Le dije a Mike que no hacía falta orinarle ni nada.
Otra mueca de mi parte.
-Bueno, ya estoy aquí y traigo las canciones, así que… No
sé, ¿quieres leerlas? ¿O mejor esperamos a Mike?
Tré lo pensó unos instantes, tras los que respondió.
-Esperemos, no debe venir muy lejos.
Efectivamente, unos pocos minutos después, Mike llegó al
estudio.
-¡Tré, traje un montón de sacarina para…! –Gritaba
entrando. Fue entonces que me vio.- Diablos, ya estás aquí.
Le sonreí, saludándolo con mi mano.
-Perdón por arruinarles la diversión –me “disculpé”. Mike
me miró con cara de pocos amigos, causando que mi sonrisa se ampliara más aún-.
Ve el lado positivo, ahora podemos empezar a trabajar y a ser los reyes del
mundo otra vez.
Tanto Mike como Tré intercambiaron una mirada, al tiempo
que yo le echaba azúcar a mi café y lo bebía, con cierta cautela, ya que no
estaba del todo seguro que Mike no le hubiese echado nada. Sonreí mucho más al
darme cuenta que estaba perfecto, sin nada extra. Mis amigos volvieron a
mirarse, causando que yo alzara una ceja, aún bebiendo café.
-Billie… ¿Fumaste algo? –preguntó Mike.
Disminuí un poco la sonrisa, pero no demasiado.
-Nope.
-Entonces estabas teniendo sexo y por eso te atrasaste
tanto –afirmó Tré.
Solté una carcajada.
-No, tampoco. ¿Por qué la pregunta?
Fue el turno de que Mike alzara una ceja.
-Porque estás feliz. Demasiado
feliz. –se explicó. Abrí la boca para replicar algo, pero él me atajó:- No es
que esté mal que andes realmente feliz de una buena vez, pero es raro, y
debería tener una explicación de algún tipo.
-¿Y drogas y sexo son las únicas cosas que se les ocurren?
–Asintieron, rápidamente.- No, no fumé nada, y no, tampoco estaba ocupado
teniendo sexo.
-¿Entonces qué mierda estabas haciendo que te atrasaste y
llegaste tan feliz? –inquirió Tré, perdiendo la paciencia, mientras que yo
sacaba una dona.
Me encogí de hombros.
-Estaba pensando.
No tenía idea el porqué les ocultaba que me había
encontrado con Sarah ese día. No tenía nada de malo, había sido algo
completamente inocente, simplemente habíamos conversado. Luego me di cuenta que
fue porque sabía que ellos no entenderían, que ambos se precipitarían a decirme
que seguía enamorado de Sarah y volveríamos a la mierda de siempre. Eso, y a un
lado de mí le preocupaba su tanto la posible reacción que tendría Mike al saber
que yo estaba en contacto con su ex esposa.
Me sorprendí al ver que Mike y Tré habían abierto mucho los
ojos. Los miré, inquisidoramente.
-Estás mintiendo… ¡Y descaradamente! –exclamó Tré.
-¿Qué? ¡No! –Intenté sonar ofendido, pero creo que no lo
logré muy bien.
-¡Claro que sí! Tú siempre
te deprimes cuando piensas, y ahora andas feliz, como cuando… -Mike se calló,
palideciendo y abriendo sus ojos más aún.- No puede ser…
Intentando disimular que me daba cuenta que mi amigo estaba
a punto de descubrirme, le di un buen sorbo a mi café.
-¿Qué cosa “no puede ser”? –preguntó el baterista,
sintiendo que estaba perdiéndose algo.
-Billie, ¿cómo la encontraste?
Lo miré, fingiendo desentendimiento.
-¿De qué hablas, Michael, querido?
-No hagas como que no sabes de lo que hablo, ¡te
encontraste con Sarah! ¡Eso es lo único que te pondría tan feliz, y lo sabes!
Negué, con una sonrisa en mi rostro.
-Estás imaginando cosas, Mike… Ya, ¿vamos a trabajar?
Sin esperar respuesta alguna de parte de mis amigos, me
acomodé en un sofá y saqué el cuaderno de letras. Mike y Tré se quedaron
mirándome un par de minutos, tras los que, finalmente, se sentaron, dispuestos
a revisar mis canciones. Estuvimos un buen rato discutiendo si queríamos un
disco conceptual o no, o si sería un disco más punk o más elaborado… Conseguí
alargar reunión hasta las seis, lo que fue todo un logro, teniendo en cuenta
que sería corta y que no íbamos a tocar nada… En teoría.
-No puedo creer que nos mientas y logres que grabemos demos
de todas maneras –comentaba Tré, en el estacionamiento; Mike ya se había ido.
-No les estoy mintiendo –mentí.
-No, y yo no tengo un sostén rojo listo para usarlo en la
siguiente gira… -Lo miré, sorprendido, causando que se sonriera.- Tengo un par
de ideas, algún día que estemos ebrios se los muestro.
-Ok… En fin, el punto es que no les estoy mintiendo.
Tré negó.
-Mira, sabemos que nos estás ocultando algo, y suponemos
que sabes lo que haces… Simplemente nos preocupa que termines haciendo alguna
estupidez –se explicó-. Promete que no lo harás.
Suspiré, y, sin contenerme, dije:
-El problema es que ya lo hice. –Abrió mucho los ojos.- Es
decir… Hice algo que me acerca más y más a hacer una estupidez.
La mirada de mi amigo era de la más pura de las
preocupaciones. Quería decirle algo que lo tranquilizara… Pero la verdad es que
ni siquiera se me ocurría algo para tranquilizarme a mí mismo… Sin decir nada,
me subí al auto, y partí, de vuelta a San Francisco.
Como se podrán imaginar, ese algo que hice fue quedar en acompañar a Sarah a la boda. Y era eso
lo que me empezó a atormentar apenas me subí al auto: ¿Por qué me sentía tan
feliz de haberla visto? ¿Por qué me sentía tan feliz ante la perspectiva de
volverla a ver? ¿Por qué esto no me preocupaba lo suficiente como para borrar
mi estúpida sonrisa, y cancelar todo con Sarah?
El camino a San Francisco fue una larga hora, durante la
cual puse la radio bastante fuerte, en un intento de despejar mi mente… Sin
lograrlo. ¿A qué mierda estaba jugando? Tener a Sarah de amiga no iba a
terminar bien. Ya no la amaba, y llevaba años sin pensar en ella… ¿Pero qué
pasaba si algún lado de mí era lo suficientemente idiota como para verla como
algo más?
Regañándome mentalmente, estacioné el auto en la acera de
la plaza en la que habíamos quedado de juntarnos. Aún no oscurecía, así que
había gente por ahí… Pero no había rastro alguno de Sarah. Ya eran las siete, y
habíamos acordado juntarnos un poco después de esa hora, en los juegos, así que
me dirigí hacia ellos y me senté en una banca que había ahí, probablemente
puesta para que los padres cuidaran a sus hijos desde cerca.
Mi mente no tardó nada en ponerse a divagar… Fue así que mi
mirada se posó en una pequeña niña que se columpiaba, dándome la espalda. Tenía
el mismo cabello que Sarah, sólo que un poco más rojizo y un poco rizado… Era
la mezcla perfecta entre mi cabello y el de Sarah. ¿Sus ojos serían verdes o
azules?
-Yo quiero que los
tenga tan azules como los tuyos –le decía a Sarah.
-Pero yo quiero que
los tenga verdes –me rebatía ella.
-Ya, para que no
peleemos, el que se equivoque, tiene derecho a escoger el nombre de nuestro
futuro hijo o futura hija –concluí, con una sonrisa, abrazándola, mientras
veíamos una puesta de sol en la playa de Rodeo.
-¿Qué quieres tú? –me
preguntó, con una sonrisa en su rostro.
-Me da lo mismo,
mientras esté sano o sana… Aunque… Sería lindo tener una niña, y que sea
igualita a ti, sin ningún rasgo mío que la arruine…
La sonrisa que había tenido todo el día, finalmente,
desapareció. Por primera vez, había asimilado que nunca iba a tener una hija,
mucho menos con Sarah. Con Addie habíamos acordado que con Jakob era
suficiente… Pero sabía que lo habíamos hecho porque las cosas no habían andado
bien después de él, y no queríamos arriesgarnos a traer otra criatura y
divorciarnos apenas tuviera un par de meses de vida… Sí, ahora las cosas
estaban bien… Pero Addie ya no quería más hijos, y, hasta ese momento, a mí no
me había importado mucho…
La niña siguió columpiándose un buen rato más, o así me
pareció a mí. Finalmente, se bajó y se acercó al hombre que la esperaba junto a
los columpios. La niñita le tomó la mano y se fueron juntos sin permitirme
verle el color de sus ojos ni una sola vez.
Cuánto daría por ser ese hombre, y estar ahí con mi hija.
-¿Por qué la cara larga?
Levanté la mirada, y me encontré con Sarah, quien ya tenía
una cámara colgada, y me miraba con cierta preocupación y… ¿Ansiedad?
-Me dio la melancolía… -Me miró, como si necesitara más
explicaciones. Suspiré.- Asimilé que nunca tendría una hija, eso es todo.
Su mirada se ensombreció su poco.
-Gracias por recordarme que nunca tendré hijos –murmuró.
Me paré.
-Aún tienes tiempo, Sarah. Aún hay tiempo –le aseguré.
Y fue así que la sonrisa volvió a mi rostro… Y también al
suyo.
-Gracias, Billie… Supongo que sigues igual de bueno para
caminar, ¿no? –Asentí.- El evento queda a un par de cuadras, supongo que no te
molestará ir a pié.
Solté una breve risa.
-Sarah, solía cruzar Rodeo entero para llegar a la casa de
Ale o Tré.
También rió.
-Había olvidado eso. En fin, ¿cómo estuvo la reunión en el
estudio?
Gracias a la conversación, no nos dimos cuenta cómo
llegábamos al lugar de la recepción de la boda, el cual consistía en una
especie de recepción con custodia, seguida de un amplio salón, que tenía mesas,
una pista de baile y camareros con bandejas, sirviendo la entrada en todos los
puestos. La gente aún no llegaba de la boda que, según teníamos entendido, se
celebraba en la capilla que había a pocas cuadras de ahí. Sarah presentó sus
credenciales a los camareros, les indicó que yo era su acompañante y, sin más
trámites, comenzó a tomar fotos del lugar, al tiempo que conversaba conmigo.
Poco rato después, comenzaron a llegar los primeros
invitados. Con Sarah nos instalamos a la entrada, ella tomando fotos y yo
ayudando a los del lugar a verificar las invitaciones de la gente.
-¿Quién se imaginó que harías un trabajo digno alguna vez?
–ironizó Sarah, cuando ya no llegaba más gente.
-Mi mamá –respondí, como un niño pequeño, causando que ella
riera.
Ambos tomamos de nuestras copas de champaña que nos habían
servido los camareros a escondidas de los recién casados, quienes, en ese mismo
momento, bailaban su primer baile.
-Sostenme esto –me pidió Sarah, pasándome la copa, para ir
de inmediato a tomar fotos a la feliz pareja.
Terminé mi copa, y la dejé vacía en la bandeja que llevaba
un camarero, para seguirla; no quería perderla de vista, ya que habían bajado
las luces, lo que no facilitaría encontrarla, en caso de perderla. La admiré
tomando fotos a una distancia prudente y, en cuanto terminó de tomarle fotos a
unos cuantos invitados, se me acercó.
-No creo que tengamos que quedarnos mucho más –comentó
ella, con una sonrisa un tanto forzada, guardando la cámara en el bolso que
llevaba colgado-. Así en tu casa no se preocupan más.
Me sonreí al notar que su expresión se debía a que no
quería que me fuera tan luego, si no que quería que me quedara un buen rato
más.
-No te preocupes, les dije que tardaría –la calmé.
Repentinamente, puse atención a la música-. ¿Bob Dylan?
Sarah también se puso a escuchar atentamente.
-Don’t think twice it’s alright –susurró
ella.
Nos quedamos mirando, y ambos sabíamos muy bien el porqué:
Había sido pensando en esa canción que había vuelto con ella después de haber
terminado con Jesus. ¿Cuál era la interacción social aceptable para estos
casos?
-¿Quieres bailar?
Ok, creo que esa no era…
-¿Y tú desde cuándo bailas? –Me encogí de hombros.- Bueno,
pero sólo una canción.
… Pero si ese no era el actuar correcto, ¿por qué Sarah
había aceptado mi propuesta?
Sin decirnos nada, nos acercamos un poco a la pista de
baile, y nos pusimos a bailar la canción, de cualquier forma que se nos
ocurriera, causando que ambos soltáramos varias risas.
-Dios, muy hijo de gobernador será, pero tiene buen gusto
en la música –comenté, dándole una vuelta a Sarah.
-Tienes razón –concordó ella.
Fue entonces que le di otra vuelta, pero con demasiado
impulso, causando que ella tropezara. Para evitar que cayera, la tomé por la
cintura.
-Desearía que hubiese
algo que tú pudieras hacer o decir para tratar y cambiar mi decisión, y
quedarme… –canturreé junto a la canción, en una especie de susurro, apegado
a su oído.
Sarah se paró bien, y, por eternos segundos, nos quedamos
mirando a los ojos, fijamente, casi sin pestañear.
-No puedo hacer esto de nuevo, Billie –susurró.
-¿Hacer qué, Sarah? –pregunté yo, acercándome, sin ser
plenamente consciente de ello.
Ella negó.
-No importa –respondió, alejándose un poco. Suspiró-.
¿Sabes? A veces me pregunto que hubiese pasado si me hubiera quedado en Ecuador
con mi padre… Quizás habríamos vuelto más tarde, todos juntos, y quizás nunca
te habría visto con Fran. Me pregunto qué será de él. –La miré, sorprendido.-
¿Qué?
-Nathan murió –solté. Me miró, empalideciendo-. ¿No lo
sabías?
-¡No! Después de escapar, nunca retomé el contacto con él
–respondió-. ¿Cómo sabes esto?
Y, sin pensar bien lo que iba a decir, contesté:
-Hace años me encontré con Jesus y… Y me contó todo. El
cómo tu padre y su madre tenían un trato por un órgano… El cómo ambos se habían
ido a Ecuador para la cirugía… -Le levanté la mirada por el mentón,
permitiéndome ver que sus ojos estaban repentinamente llorosos.- Y el cómo
Jimmy escondió todas tus cartas, permitiendo que sólo llegara la carta que
decía que no volverías y que siguiera con mi vida.
Volvió a negar, más fervientemente.
-¿Por qué me estás diciendo esto ahora? –preguntó, con la voz tomada.
-¿Cuándo más iba a hacerlo? –susurré- Antes yo no lo sabía,
y cuando lo supe ya era demasiado tarde, ya estabas con Mike… Me dije que sólo
te diría todo si tú demostrabas que aún podías sentir cosas por mí, pero no lo
hiciste… Luego tú y Mike se divorciaron, y desapareciste antes que pudiera
decirte nada… Todo esto fue un malentendido garrafal…
Las lágrimas se escaparon de sus azules ojos, al tiempo que
ella intentaba respirar profundamente y calmarse. Yo simplemente me quedé ahí,
en silencio, esperando que ella reaccionara.
-Necesito aire –susurró.
Sacó mis manos que la sujetaban por la cintura, y, tras
limpiarse las lágrimas rápidamente con su mano, se alejó de mí, rápidamente, en
dirección a la salida. Pero esta vez no me quedé recordando el contacto de su
piel en mis manos, como había hecho después la vez que me pagó la fianza, si no
que, tras un par de instantes que usé para ordenar mis pensamientos, corrí tras
ella.
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