Tweet
-Eh…
Sí, claro –contestó Billie, extrañado.
Mierda pensó.
Si
había algo que odiaba, eran las entrevistas con profesores. Le recordaban
demasiado a los tiempos en los que se veía obligado a escuchar un sermón de
algún maestro junto a su madre, intentando ignorar la punzada de culpa que
sentía al ver la mirada de decepción que Ollie Armstrong le lanzaba de tanto en
tanto. No obstante, no hizo ningún comentario, y entró a la escuela detrás de
la profesora, seguido por Joey y Jake.
A
los pocos minutos, llegaron a una oficina en la que los profesores se reunían
con los apoderados. Afuera había un par de sillas, en las que los niños se
sentaron a esperar a su padre, quien entró a la oficina.
-¿Puede
decirme qué hizo mi hijo? –preguntó Billie, sentándose, sin reparar en lo
brusco que había sido.
-Nada
malo, no se preocupe –lo tranquilizó la señorita Evans-. Sólo necesito hacerle
algunas preguntas respecto a él, señor Armstrong.
-Dígame
Billie –pidió él, removiéndose nerviosamente. Necesitaba algo que lo relajara,
y lo necesitaba ya.
Amy…
Apartó
el pensamiento de la cabeza.
-De
acuerdo –accedió la mujer, devolviéndolo a la realidad-. ¿Es Joseph un tanto
curioso?
-Sí,
bastante –respondió, con una pequeña sonrisa al recordar el “percance” de la
historia de Jesus.
-Y
¿tiene algún talento artístico? –inquirió ella, a la vez que comenzaba a llenar
una planilla con algunos datos.
-Eh…
Dibuja bien, ¿sabe? –farfulló él, nerviosamente, revisando lo que la mujer
escribía-. Y mi nombre no es William, es Billie… Con “ie”.
La
mujer lo miró extrañada.
¿Por qué nadie sabe
cómo mierda escribir mi puto nombre? se preguntó a sí mismo, molesto por este
hecho.
-Oh,
lo lamento –se disculpó ella-. Bueno, debe estar preguntándose para que le hago
todas estas preguntas respecto a su hijo, ¿no? –Billie asintió.- Resulta que
tenemos la sospecha de que su hijo es superdotado.
El
guitarrista la miró sorprendido.
-¿Qué?
Al
igual que todo padre, creía que su hijo era inteligente, pero debía admitir que
no se esperaba eso. Es decir, Joey tenía pésimas notas, en su vida había tomado
un libro de clases y el colegio no estaba en sus prioridades principales.
-Es
bastante inteligente, aunque sus notas no lo reflejen –se explicó ella-. Tiene
una redacción excelente y suele entender todo lo de la clase. Claro que me está
preocupando un poco la estabilidad en su hogar.
-¿Disculpe?
Mierda, a Joey se
le salió algo
pensó, preocupado.
La
mujer se mordió el labio inferior levemente, pensativa.
-Ha
estado bastante decaído, bastante pensativo y un compañero me avisó que lo
encontró llorando en el baño. Dijo algo de un tal Brad y no habló más –se
explicó.
Billie
se cubrió el rostro con sus manos, pensativo. ¿Qué hacía?
-Usted…
¿Usted sabe quién soy? –le preguntó a la mujer.
Evans
lo miró extrañada.
-Sí,
es Billie Armstrong, padre de Joseph –contestó, sin comprender la relevancia
que tenía aquella pregunta para el hombre, quien asintió.
-Con
mi esposa hemos tenido unos cuantos problemas. De hecho, estamos separándonos
–explicó él, no muy contento con el hecho de tener que compartir un poco de su
vida con la mujer-. Esto ha afectado bastante a los chicos, pero no creí que
tanto… Tendré que hablar con él.
-Entiendo
–murmuró la mujer-. Espero que las cosas no se compliquen demasiado. En fin, lo
llamé para que usted hiciera algo
para estimular su cerebro. No sé, enseñarle a tocar algún instrumento,
mostrarle libros… Hágalo pensar.
Eso no suena tan
complicado.
-Haré
lo que esté a mi alcance –murmuró él.
La
señorita Evans sonrió.
-Un
placer hablar con usted –dijo ella, poniéndose de pie.
-Igualmente.
Hasta luego –se despidió él.
Sin
más, salió de la oficina, para encontrarse con un aburrido Jakob y un ansioso
Joseph. Billie miró al mayor con fingido enojo, intentando contener el
aturdimiento que sentía.
-Si
es por lo de Andy, te juro que no sé qué pasó, papá, de pronto estaba en el
suelo... –comenzó a explicarse Joey, ya en el auto, con un tono de voz para
nada convincente. Billie sonrió, levemente, a la vez que se sacaba las gafas.
-¿Sigues
interesado en aprender a tocar guitarra? –preguntó él, dirigiéndose a la casa
de Adrienne.
-¿Qué
si quiero? ¡Claro que sí! –exclamó el niño, extrañado.
-Entonces
hoy aprenderás… Pero, primero, tenemos que ir a la casa de su madre –explicó Billie-.
El abogado quiere que firmen unos papeles.
-¿Qué
papeles? –preguntó Jake, curioso.
Billie
dobló una curva, pensando cómo explicarse.
-Son
los papeles en los que dirán si quieren quedarse conmigo o con su madre hasta
que cumplan cierta edad, que ustedes elegirán. Después de esa edad, ustedes
elijen con quién quedarse hasta cumplir los dieciocho.
No
tardaron mucho en llegar a la casa, mas eso no impidió que Adrienne se
preocupara de todo lo que se habían demorado. Apenas entraron, los interrogó
con la mirada.
-¿Por
qué tardaron tanto? –inquirió ella.
Billie
se mordió levemente el labio inferior. Quería hablar con Joey respecto al
asunto antes de contárselo a Adrienne.
-La
profesora de Joey quería hablar un poco conmigo, nada más –murmuró-. Estaba
preocupada por la estabilidad en el hogar.
La
mujer asintió, tras lo que se dirigió a la cocina en búsqueda de una bandeja
con café, leche y galletas para todos. Los niños tomaron sus tazones de leche y
los demás sacaron un tazón de café.
-Ahora,
niños, necesito que me presten mucha atención –comenzó el abogado, como si
hablara con dos retrasados mentales-. Hasta cierta edad, ustedes estarán en
custodia compartida. Esto significa que pasarán un tiempo con su padre y otro
con su madre. De momento, están pasando más tiempo con su padre, pero, en
teoría, más adelante será parejo.
Joey
y Jake asintieron, el primero entendiendo y el segundo intentándolo.
-Lo
que necesito ahora es que decidan hasta qué edad quieren estar repartiendo el
tiempo entre sus dos padres, ya que, después de cierta edad, es preferible que
se queden con uno solo, para generar estabilidad, ¿me entienden? –El mayor de
los hermanos asintió.- Bien, ¿hasta qué edad?
Los
niños intercambiaron una mirada y luego miraron a sus padres, pensativos.
-¿Hasta
que tenga dieciséis? –sugirió Joey, tentativamente- Ahí Jake tendría 12.
-¡Sí!
–concordó el menor, esforzándose por comprender lo que ocurría. Después de
todo, con sólo cinco años de edad, la situación se tornaba más confusa de lo
que ya era.
-En
ese caso, les haré los papeles… -murmuró el abogado.
El
silencio seguido a esas palabras era tan tenso que Billie se sentía capaz de
cortarlo con un cuchillo. Para empeorar la situación, un arrebato de
inexplicable alegría se apoderaba de él en ese instante. Intentando contenerse,
se puso de pie.
-¿A
dónde vas? –le preguntaron Addie y Joey a la vez.
-A
dar una vuelta, me dio uno de mis ataques hiperactivos –inventó el guitarrista,
dirigiéndose a la puerta trasera de la casa-. No tardo.
Sin
más, salió al patio.
Prácticamente
corrió al árbol bajo el cual se dejó caer y, tras asegurarse de que nadie
estuviese cerca, dejó que la alegría que sentía se liberara en una amplia
sonrisa, sin preguntarse mucho qué ocurría. Le daba igual el motivo, le gustaba
que Amelia estuviese feliz.
Le
costó bastante darse cuenta que estaba pensando en la adolescente con más
cariño del adecuado para su relación, por lo que, tras aflojar su sonrisa,
distrajo sus pensamientos a la conversación que había sostenido con la
profesora de su primogénito.
Y
apenas comenzaba a divagar en esto, sintió a alguien sentándose a su lado. Se
obligó a sí mismo a volver a la realidad y, lo más relajadamente que pudo
aparentar, volteó su cabeza hacia la derecha.
-Hola,
Joseph –lo saludó, con una sonrisa.
-¿De
qué te habló mi profesora? –inquirió el niño, serio.
La
mirada que le lanzó el pequeño demostraba que no iba a aceptar ningún tipo de
mentira, por lo que el guitarrista suspiró.
-Preferiría
hablarlo en la casa –musitó él, restregándose los ojos-. Es un tema un tanto
delicado…
-¿Delicado?
–Era más que obvio que no se esperaba eso.- ¿Estoy en problemas?
Billie
suspiró.
-No,
Joey, no estás en problemas… Mira, espera hasta que estemos en nuestro hogar,
ahí lo hablaremos con más calma, ¿ya?
-Ok
–accedió Joseph-. Pero quiero la verdad, ¿sí? Nada de mentiritas piadosas ni
nada…
-Por
supuesto que te diré la verdad. Es un trato.
El
niño asintió y, sin más, entraron a la casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario