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Prólogo

sábado, septiembre 01, 2012

Good Riddance (Ridding of you) - Chapter 20: Wait till we get home.



-Eh… Sí, claro –contestó Billie, extrañado.
Mierda pensó.
Si había algo que odiaba, eran las entrevistas con profesores. Le recordaban demasiado a los tiempos en los que se veía obligado a escuchar un sermón de algún maestro junto a su madre, intentando ignorar la punzada de culpa que sentía al ver la mirada de decepción que Ollie Armstrong le lanzaba de tanto en tanto. No obstante, no hizo ningún comentario, y entró a la escuela detrás de la profesora, seguido por Joey y Jake.
A los pocos minutos, llegaron a una oficina en la que los profesores se reunían con los apoderados. Afuera había un par de sillas, en las que los niños se sentaron a esperar a su padre, quien entró a la oficina.
-¿Puede decirme qué hizo mi hijo? –preguntó Billie, sentándose, sin reparar en lo brusco que había sido.
-Nada malo, no se preocupe –lo tranquilizó la señorita Evans-. Sólo necesito hacerle algunas preguntas respecto a él, señor Armstrong.
-Dígame Billie –pidió él, removiéndose nerviosamente. Necesitaba algo que lo relajara, y lo necesitaba ya.
Amy…
Apartó el pensamiento de la cabeza.
-De acuerdo –accedió la mujer, devolviéndolo a la realidad-. ¿Es Joseph un tanto curioso?
-Sí, bastante –respondió, con una pequeña sonrisa al recordar el “percance” de la historia de Jesus.

-Y ¿tiene algún talento artístico? –inquirió ella, a la vez que comenzaba a llenar una planilla con algunos datos.
-Eh… Dibuja bien, ¿sabe? –farfulló él, nerviosamente, revisando lo que la mujer escribía-. Y mi nombre no es William, es Billie… Con “ie”.
La mujer lo miró extrañada.
¿Por qué nadie sabe cómo mierda escribir mi puto nombre? se preguntó a sí mismo, molesto por este hecho.
-Oh, lo lamento –se disculpó ella-. Bueno, debe estar preguntándose para que le hago todas estas preguntas respecto a su hijo, ¿no? –Billie asintió.- Resulta que tenemos la sospecha de que su hijo es superdotado.
El guitarrista la miró sorprendido.
-¿Qué?
Al igual que todo padre, creía que su hijo era inteligente, pero debía admitir que no se esperaba eso. Es decir, Joey tenía pésimas notas, en su vida había tomado un libro de clases y el colegio no estaba en sus prioridades principales.
-Es bastante inteligente, aunque sus notas no lo reflejen –se explicó ella-. Tiene una redacción excelente y suele entender todo lo de la clase. Claro que me está preocupando un poco la estabilidad en su hogar.
-¿Disculpe?
Mierda, a Joey se le salió algo pensó, preocupado.
La mujer se mordió el labio inferior levemente, pensativa.
-Ha estado bastante decaído, bastante pensativo y un compañero me avisó que lo encontró llorando en el baño. Dijo algo de un tal Brad y no habló más –se explicó.
Billie se cubrió el rostro con sus manos, pensativo. ¿Qué hacía?
-Usted… ¿Usted sabe quién soy? –le preguntó a la mujer.
Evans lo miró extrañada.
-Sí, es Billie Armstrong, padre de Joseph –contestó, sin comprender la relevancia que tenía aquella pregunta para el hombre, quien asintió.
-Con mi esposa hemos tenido unos cuantos problemas. De hecho, estamos separándonos –explicó él, no muy contento con el hecho de tener que compartir un poco de su vida con la mujer-. Esto ha afectado bastante a los chicos, pero no creí que tanto… Tendré que hablar con él.
-Entiendo –murmuró la mujer-. Espero que las cosas no se compliquen demasiado. En fin, lo llamé para que usted hiciera algo para estimular su cerebro. No sé, enseñarle a tocar algún instrumento, mostrarle libros… Hágalo pensar.
Eso no suena tan complicado.
-Haré lo que esté a mi alcance –murmuró él.
La señorita Evans sonrió.
-Un placer hablar con usted –dijo ella, poniéndose de pie.
-Igualmente. Hasta luego –se despidió él.
Sin más, salió de la oficina, para encontrarse con un aburrido Jakob y un ansioso Joseph. Billie miró al mayor con fingido enojo, intentando contener el aturdimiento que sentía.
-Si es por lo de Andy, te juro que no sé qué pasó, papá, de pronto estaba en el suelo... –comenzó a explicarse Joey, ya en el auto, con un tono de voz para nada convincente. Billie sonrió, levemente, a la vez que se sacaba las gafas.
-¿Sigues interesado en aprender a tocar guitarra? –preguntó él, dirigiéndose a la casa de Adrienne.
-¿Qué si quiero? ¡Claro que sí! –exclamó el niño, extrañado.
-Entonces hoy aprenderás… Pero, primero, tenemos que ir a la casa de su madre –explicó Billie-. El abogado quiere que firmen unos papeles.
-¿Qué papeles? –preguntó Jake, curioso.
Billie dobló una curva, pensando cómo explicarse.
-Son los papeles en los que dirán si quieren quedarse conmigo o con su madre hasta que cumplan cierta edad, que ustedes elegirán. Después de esa edad, ustedes elijen con quién quedarse hasta cumplir los dieciocho.
No tardaron mucho en llegar a la casa, mas eso no impidió que Adrienne se preocupara de todo lo que se habían demorado. Apenas entraron, los interrogó con la mirada.
-¿Por qué tardaron tanto? –inquirió ella.
Billie se mordió levemente el labio inferior. Quería hablar con Joey respecto al asunto antes de contárselo a Adrienne.
-La profesora de Joey quería hablar un poco conmigo, nada más –murmuró-. Estaba preocupada por la estabilidad en el hogar.
La mujer asintió, tras lo que se dirigió a la cocina en búsqueda de una bandeja con café, leche y galletas para todos. Los niños tomaron sus tazones de leche y los demás sacaron un tazón de café.
-Ahora, niños, necesito que me presten mucha atención –comenzó el abogado, como si hablara con dos retrasados mentales-. Hasta cierta edad, ustedes estarán en custodia compartida. Esto significa que pasarán un tiempo con su padre y otro con su madre. De momento, están pasando más tiempo con su padre, pero, en teoría, más adelante será parejo.
Joey y Jake asintieron, el primero entendiendo y el segundo intentándolo.
-Lo que necesito ahora es que decidan hasta qué edad quieren estar repartiendo el tiempo entre sus dos padres, ya que, después de cierta edad, es preferible que se queden con uno solo, para generar estabilidad, ¿me entienden? –El mayor de los hermanos asintió.- Bien, ¿hasta qué edad?
Los niños intercambiaron una mirada y luego miraron a sus padres, pensativos.
-¿Hasta que tenga dieciséis? –sugirió Joey, tentativamente- Ahí Jake tendría 12.
-¡Sí! –concordó el menor, esforzándose por comprender lo que ocurría. Después de todo, con sólo cinco años de edad, la situación se tornaba más confusa de lo que ya era.
-En ese caso, les haré los papeles… -murmuró el abogado.
El silencio seguido a esas palabras era tan tenso que Billie se sentía capaz de cortarlo con un cuchillo. Para empeorar la situación, un arrebato de inexplicable alegría se apoderaba de él en ese instante. Intentando contenerse, se puso de pie.
-¿A dónde vas? –le preguntaron Addie y Joey a la vez.
-A dar una vuelta, me dio uno de mis ataques hiperactivos –inventó el guitarrista, dirigiéndose a la puerta trasera de la casa-. No tardo.
Sin más, salió al patio.
Prácticamente corrió al árbol bajo el cual se dejó caer y, tras asegurarse de que nadie estuviese cerca, dejó que la alegría que sentía se liberara en una amplia sonrisa, sin preguntarse mucho qué ocurría. Le daba igual el motivo, le gustaba que Amelia estuviese feliz.
Le costó bastante darse cuenta que estaba pensando en la adolescente con más cariño del adecuado para su relación, por lo que, tras aflojar su sonrisa, distrajo sus pensamientos a la conversación que había sostenido con la profesora de su primogénito.
Y apenas comenzaba a divagar en esto, sintió a alguien sentándose a su lado. Se obligó a sí mismo a volver a la realidad y, lo más relajadamente que pudo aparentar, volteó su cabeza hacia la derecha.
-Hola, Joseph –lo saludó, con una sonrisa.
-¿De qué te habló mi profesora? –inquirió el niño, serio.
La mirada que le lanzó el pequeño demostraba que no iba a aceptar ningún tipo de mentira, por lo que el guitarrista suspiró.
-Preferiría hablarlo en la casa –musitó él, restregándose los ojos-. Es un tema un tanto delicado…
-¿Delicado? –Era más que obvio que no se esperaba eso.- ¿Estoy en problemas?
Billie suspiró.
-No, Joey, no estás en problemas… Mira, espera hasta que estemos en nuestro hogar, ahí lo hablaremos con más calma, ¿ya?
-Ok –accedió Joseph-. Pero quiero la verdad, ¿sí? Nada de mentiritas piadosas ni nada…
-Por supuesto que te diré la verdad. Es un trato.
El niño asintió y, sin más, entraron a la casa.

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