Jenny lo miró fijamente, con expresión molesta.
-No me gustó lo que hiciste; me hace creer que no confías en mí –masculló, cabizbaja. Luego, levantó la vista, con una sonrisa y, seguidamente, lo abrazó-. Sólo por ser tú quien lo pide, te perdono.
Billie le devolvió el abrazo, fuertemente, aliviado y feliz.
-¿Vamos a dar una vuelta? –Ofreció él, cuando se soltaron.
-Por supuesto –respondió la adolescente, con una gran sonrisa
Caminaron conversando, sin fijarse muy bien por donde iban. De algún modo, llegaron a un parque, cerca del atardecer. Se recostaron en el prado y quedaron mirando el cielo durante un hermoso atardecer.
Al mismo tiempo, mientras ellos conversaban, Mike entraba a una biblioteca. Estelle y Anastasia habían salido a comprar los útiles escolares de la niña, por lo que estaría solo un buen rato. Y como no tenía nada mejor que hacer, decidió ir a investigar el tema que no lo dejaba tranquilo: Jennifer Kiffmeyer.
La chica era idéntica a Jennifer Lovett... Su amor imposible. Ella estaba con Billie Joe, su mejor amigo. ¿Qué posibilidades tenía? Aún si terminaban, no podía intentar nada... Después de todo, no era bien visto que alguien saliera con la ex novia de un amigo. Al final, terminó superándolo y, saliendo con Anastasia, cerró definitivamente aquel “capítulo” de su vida.
Pero, aún así, nunca había dejado de preguntarse cómo hubiera sido una relación entre ellos: Dos amigos que, supuestamente, nunca se habían visto con otros ojos.
-¿Le ayudo en algo, señor?
Se volteó y se encontró con una anciana, una anciana que estaba apunto de desmoronarse ante él. Sus ojos, ocultos tras un gran par de anteojos de carey, lo miraban fijamente, con una expresión afable y amistosa en su rostro.
-Sí necesitas algo, me lo haces saber, querido –dijo ella, aún sonriendo. Señaló la mesita detrás de él-. Estaré ahí.
Sin decir nada más, la mujer se alejó y volvió a su puesto, mientras que Mike se adentraba más en el lugar, lleno de libros, ubicados en los numerosos estantes. Después de buscar un rato, llegó a la zona que buscaba. Agarró un libro y comenzó a leer.
La reencarnación era cuando una persona moría y, al mismo tiempo, en alguna otra parte, nacía un bebé, que recibe el alma de la persona que había muerto. Pero otro libro le decía que, cuando alguien moría, su alma vagaba durante años, décadas e, incluso, siglos, buscando el cuerpo indicado para reencarnar. Sin embargo, el único libro que realmente le llamó la atención fue uno cuya portada estaba corroída y las letras (originalmente doradas) del título estaban totalmente desgastadas, casi ilegibles.
El libro explicaba, en un capítulo, la reencarnación según el punto de vista de la Iglesia Católica antigua. Se creía que las almas que habían hecho cosas malas, habían pecado o no habían cumplido todas las cosas que debían hacer en vida, reencarnaban y reencarnaban, hasta que cumplieran todo lo que les tocaba. Sin embargo, esa creencia fue eliminada de la religión cuando un rey (cuya esposa moribunda había sido cruel, vil y demás) le pagó al papa una buena cantidad de dinero para “cancelar” la reencarnación.
Mike leyó muchos libros más, y, a pesar de los diferentes enfoques, llegó a una conclusión.
Jennifer Kiffmeyer, podría ser su viejo amor; su viejo anhelado, imposible, inimaginable y muerto amor.
La brisa de la noche avanzaba por aquel parque desierto, sin contar a dos personas que seguían recostadas, mirando a las estrellas. Era un hombre y una chica. Podría decirse que eran padre e hija... O hermanos con una gran diferencia de edad. Nadie podría imaginarse que eran simplemente amigos.
-Será mejor que me vaya –musitó Jenny, poniéndose de pié. Billie la imitó.
-Pasemos a mi departamento primero... A menos que quieras que me quede con tus hojas.
La chica se limitó a asentir, con una pequeña sonrisa, mientras él la rodeaba con un brazo, haciéndola sonrojar. Billie lo notó y la miró, extrañado.
-¿Tus amigos y tú nunca caminan así? –preguntó.
-Eh... Éste... –Titubeaba Jenny, buscando las palabras justas para expresarse.- No somos muy expresivos que digamos –contestó al fin, un tanto incómoda.
Él sólo se encogió de hombros y continuaron la charla en el camino, sin soltarse, aunque se notaba que Jenny estaba bastante... ¿Incómoda? ¿Nerviosa? Algo por el estilo.
Llegaron al edificio y entraron. Caminaron hacia el ascensor, presionaron el botón del piso, esperaron que subiera y, en cuanto llegaron al pasillo, se dirigieron al número 723.
-¿Quieres quedarte un poco antes de irte? –Pidió él.
-Bueno, si lo pides así –accedió ella, sonriendo, yendo al living.
Él se dirigió a la cocina y sacó una lata de bebida y una de cerveza del refrigerador. Sacó un paquete de galletas y fue a living, donde encontró a Jenny, pálida.
-¿Qué pasa? –Inquirió él, extrañado.
A modo de respuesta, ella le mostró la última hoja de la historia: La hoja que decía que lo perdonara.
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